Pues al final no ha hecho falta sacar las imágenes a la calle para que la lluvia nos llegara. Es más, ha sido la lluvia, atropellada de ganas, la que ha dejado a las imágenes sin salir a la calle confinando a los cofrades y frustrando a los visitantes con una Semana Santa casi inédita. Inédita, se entiende, en lo que a procesiones y a otro tipo de tradiciones y liturgias se refiere. Por su ausencia. El temor a una Semana Santa pasada por agua es casi un clásico. De amplio espectro. Afecta tanto a los devotos como a los turistas, que ya cuentan con que según que sitios, según que horas, según que vientos, les aguardan días de lluvia, más o menos abundantes, para aguarles la fiesta. En sentido literal. Sin metáforas. Pero que toda la semana se pase con aguaceros y tormentas de calibre, ya es otra cosa. Hacía tiempo que no ocurría y, a la postre, ha llegado en el mejor momento porque las restricciones pendían de un hilo. Un hilo de agua que, al final, se nos ha aparecido hecho maroma. Por Pascua. Buena manta de agua nos ha caído.
Tan dados que somos a hacer balances, el fin de la Semana Santa es un tiempo propicio para comentar cómo nos os ha ido. Puestos a simplificar, en el fondo hablamos de vacaciones. Cada sector lo analiza a su manera: la hotelería por los índices de ocupación y negocio; los turistas y visitantes por el rango de descanso y diversión alcanzados, y los devotos por la brillantez de los desfiles procesionales. Pero, a la postre, hoy seguramente calibramos lo mismo: la calidad de este periodo de asueto.
Vacaciones desvanecidas, No sé que les parecerá a ustedes, pero a mí me cuadra el apelativo. Porque esta semana a casi todos se les ha desvanecido algo: a unos la esperanza de sacar sus tronos, a otros la de colgar el cartel de no hay habitaciones, en los restaurantes se han desvanecido muchas reservas, y a los turistas de playa y oleajes someros se les ha desvanecido el sol. De plano. Y a muchos ayuntamientos, entre ellos el de mi pueblo, se les ha desvanecido la playa. Literalmente porque, una vez más, hemos devuelto al mar las toneladas de arena vertidas para simular que la tenemos. El despilfarro elevado a la ponientésima potencia, y sin inmutarse. Regeneración, le llaman. En unas semanas, volveremos a las andadas y repetiremos el auto sacramental de los camiones y las retropalas: arena para hoy y descarnaduras para mañana.
Perdida toda esperanza de enmendar resultados y anhelos turísticos, lo que manda es la bendición del agua. De tanta y tan gloriosa agua. Curioso: de las casi rogativas previas para que nos cayera, pasamos a los rezos para que dejara de hacerlo los días grandes de la Semana Santa, y hoy hay unanimidad en lanzar aleluyas por la que nos ha caído encima. Resucitados estamos. Menuda semana. Ha llovido sin parar. También ha nevado. Los primeros días nos regalaron una sierra de Las Nieves haciendo honor a su nombre. El Torrecilla, con su manto de rebollos y pinsapos blancos, mueve al deleite. Y sigue nevado.
A falta de cerrar los registros —que ampliaremos— en esta semana han caído más de 130 litros por metros cuadrado. Una cifra que supera los datos del año pasado. El pantano se situará en las próximas semanas en más de 45 hectómetros cúbicos, con lo que el fantasma de un desabastecimiento también se desvanece. Para bien. Pero más allá de las infraestructuras, el milagro se vive en el monte. Los ríos, antes mustios, corren caudalosos, y fuentes secas como la mojama han brotado de nuevo. Un buen ejemplo: Puerto Rico, que nos ha renacido. Todo un espectáculo. Igual pasa con la cascada de Camoján, el arroyo Guadalpín —que ya demanda garzas—, un río Real furioso, que llena de limo su delta para gozo de los rodaballos, y el Guadaiza que, a las primeras de borrascas, llenó su pantano y allega agua al de La Concepción. Como el Guadalmansa.
Marbella luce de nuevo como el hontanar que es. No por subterráneo menos real y, cuando aflora, qué quieren que les diga, lo que se desvanece es la incertidumbre de las restricciones más que las vacaciones. Otras llegan pronto y se barruntan gratas. Quédense con la cifra: esperamos alcanzar este año los 100 millones de visitantes. Los que manejan estas previsiones dicen que igual no desbancamos a Francia como líder mundial —que, además, los vecinos organizan Juegos Olímpicos— pero que por ahí andaremos, constituidos en virreyes vacacionales. Un título que no parece amargar a casi nadie.
Miguel Nieto es periodista y miembro de Marbella Activa.
El Dardo en La Palabra es su colaboración semanal en Onda Cero Marbella.
(Nota: El precioso enlace que os indico aparte sobre Puente Palo y otros cursos fluviales es original de Jose Manuel Medina. Algo más que ilustrativo)
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