Hombres Salvajes
Usan el wasap como principal herramienta de comunicación; es simple, directo, sin complicaciones gramaticales, y tiene más emoticonos que las variedad de emociones que podrían sentir en toda una extensa vida. En la configuración de notificaciones eligen como tono de mensaje el “Bugle”, la corneta que levanta a la tropa de confederados de madrugada, sin contemplaciones, y la estimula para la batalla inminente, a cazar indios. No usan el sofisticado Facebook, ni el remilgado y políticamente correcto Twitter, ambos son una pérdida de tiempo, y el tiempo es un lujo en la guerra. En esa guerra, cruzando la interminable pradera, morirían épicamente por su Real Madrid y su Málaga, y si hiciera falta se dejarían el pellejo por su cofradía, por su chiringuito, y por encima de todo: la Tribu.
A mí me están sonando los trompetazos del “bugle” desde las 8 de la mañana hasta 11 de la noche, cada día desde hace unos cinco meses, cuando me uní al grupo de ciclismo de montaña. Yo pienso que no soy un completo salvaje todavía, creo que no porque, de momento, mi mujer no me echa miradas, pero si admito que me esté embruteciendo poco a poco y sin darme cuenta. Y me he decidido a escribir este texto como testimonio de mi hipotético deslizamiento por una cuesta abajo irreversible, para que conste por escrito mi involución, la conversión (¿o es una vuelta a los orígenes?) al feliz y sencillo mundo de los Hombres Salvajes.
En ese mundo no se conoce la argumentación ni la búsqueda de razones, no se analiza la realidad ni los acontecimientos diarios, no hay alternativas que valgan, ni otros mundos ni utopías, no hay espiritualidad ni monsergas de ese tipo. Sobran los conceptos y las metáforas. La vida ahí es extremadamente sencilla: o estás en forma o no sobrevives. No hay ideologías ni tendencias, la bicicleta puede estar llena de mierda y barro pero las ruedas tienen que estar bien hinchadas y la cadena engrasada. Te puede haber costado un pastizal o ser una barata de Decathlon, pero en los descensos mejor te agarras al manillar como a la misma vida, y en las subidas con un sol vertical de 28 crueles grados no hay cerebro ni pensamientos: eres todo hígado y piernas.
Desde que me uní a esta tribu no me fío de los tipos cultos, ni de los muy leídos o remilgados, como solía hacer antes. Ahora las frases intelectuales o con cierta profundidad me recuerdan al sonido rasgado y áspero de un machete al salir de su funda, o al chasquido metálico de las navajas al abrirse, y desde luego hacen mucho más daño que un simple y sonoro “vete a la mierda, hijo puta”. Yo mismo me asombro de mi nueva tendencia de mandar a freír espárragos a aquellos que van por ahí moralizando y contando sandeces, o recitando proverbios filosóficos que se saben de memoria.
Mi nueva tribu se llama “Multibikers Madrugadores”, lo de madrugadores no necesita explicación, pero lo de “Multibikers”… sinceramente, y conociendo un poco el idioma inglés, se me hace difícil de entender (hace poco me atreví a preguntarle al jefe y me contestó: “ni puta idea José María pero ¿a que suena bien?). El líder del grupo no lee, eso quiere decir que no abre un libro, jamás, no los quiere ni ver, lo único que lee es la próxima ruta de fin de semana en la pantalla del móvil, lo que mis nuevos colegas llaman con esa meridiana claridad, tan malagueña, “er tra der wikiló”. Todo lo demás es petulante e inútil literatura: la factura de la compra del supermercado, la hoja de aviso de la comunidad pegada en el ascensor, la carta de aviso de ITV de la Junta de Andalucía, demasiadas palabras, mucho rollo. La Vida es mucho más sencilla que eso y la ecuación para el éxito no requiere de memoria alguna ni más esfuerzo que el necesario: comer, dormir, follar. Y luego trabajar, la parienta contenta, y la suegra al Mercadona. Y la inmensidad de tiempo que sobra al aplicar la ecuación se dedica a “er tra der wikiló”. No hay jerarquías ni normas escritas en este mundillo, todos somos colegas, todos somos iguales y soltamos las mismas expresiones y palabros por la boca, salvo algo de verdad sagrado, una línea roja que nadie se atrevería a traspasar: el jefe de la tribu es el único con el Wikiloc premium, eso le da el privilegio de llevar la ruta online durante la salida del domingo. Le permite ir abriendo camino, pedalear más chulescamente, y pavonearse cuando nos dice eso de que nos hemos salido del “tra” medio metro por la izquierda.
Estos seres maravillosos no saben qué demonios es la Social Democracia o la Monarquía Parlamentaria, ni idea del Brexit, del flequillo de Jared Kushner, el transporte sostenible o los planes estratégicos. Pero paran todos a una si alguien pincha o se pega una hostia (como ya lo he experimentado yo por desgracia), comparten todo el agua de su botellín, y la bolsita de frutos secos es de dominio público. No han oído hablar de la reciente fusión de las músicas Indie y TeenZ, para ellos toda la música del mundo cabe en El Barrio y es más que suficiente para vivir de lleno. No han oído hablar del Espen Erikssen Trío o de Elvira Nickolaisen pero tienen muy claro que la Lealtad está por encima de todos los sonidos y tendencias.
Para esta gente no existen los dilemas morales, solo hay desniveles. Nada de crisis existenciales: si se pincha se cambia de cámara y se tira para adelante, punto. No hay problemones ni dramas, hay agobios que se olvidan después de tres horas en el “tra” y una parada para cervezas y ensaladilla rusa. La vida no les da golpes ni reveses: si se te clava la bici en una pista embarrada y te deslomas contra el carril pues te levantas y de un salto te pones a pedalear. Siempre para adelante, siempre haciendo pelotón. Esta gente no son amigos, son colegas.
Y así podría seguir, hasta aburrir a los lectores de este blog, pero tanto el editor de Términos y Condiciones como el presidente de Marbella Activa, a los que conozco tan bien, y que son buenos tipos con sanas ambiciones (pero también sabios de fácil deslizamiento hacia una vanidosa intelectualidad), me tienen marcados límites muy estrictos a la extensión de estos relatos o reflexiones mundanas. De modo que termino, pero como también soy perdidamente poeta, aún semisalvaje, no puedo hacerlo sin deciros que de la última ruta, que duró dos días, volvimos verdes de Janda, salados de Bahía, exhaustos de colinas y más colinas de flores, azules de pantanos y lagos que parecían interminables. Rodamos en silencio, contemplados por todos los animales de esa esquina luminosa del mundo, empapados de esa mirada plácida de las vacas retintas, que parecían pensar: “ojalá que todos los hombres fueran tan civilizados como estos hombres salvajes”.
Y cierro porque empieza a sonar mi Dios privado, Jason Mraz, con su increíble álbum We Sing, We Dance,We Steal Things, y eso es sagrado.
© José María Sánchez Alfonso
Antonio: que tu Dios particular (que seguro que lo tienes) te dé muchos años de vida y de paseo por esos montes. Tiene mérito, leerte todas mis ocurrencias. Un abrazote amigo. José María
By: José María SánchezMe ha encantado tu relato Jose Maria. Esta lleno de frescura, sinseridad y tu especial sentido del humor. Enhorabuena compañero.
By: Antonio Figueredo Navarrete.