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Ene '21
5 enero, 2021
Nuestro socio, José Federico Barcelona, ha querido compartir este cuento con todos nosotros.
¿QUÉ ESTÁ PASANDO? (Mi cuento de navidad)
Sobre esta cuestión sé algunas cosas, otras todavía no logro explicármelas en toda su complejidad. Hará falta tiempo para enfocar con tino y en perspectiva.
Por ejemplo, sí creo que lo más importante que estos días le está pasando a alguno de mis trabajos, el cuento del oso y la hormiga en este caso, es que mi madre lo esté copiando en su libreta con rayas para no torcerse, porque no le gustan los renglones torcidos ni el trabajo rápido y mal hecho. Lo está escribiendo en español, por supuesto, no en islandés. Cuando la veo inclinada sobre el papel, pienso que es como si ella estuviera reescribiendo por vez primera el cuento original. Deletrea en voz baja, escribe, vuelve sobre lo escrito… “tienes una goma, hijo” (escribe con lápiz para que el trabajo termine limpio al finalizar), sigue silabeando una retahíla cantarina…
Mi madre tiene 87 años. Cuando empezó la Guerra Civil en España ella tenía 3 años y cuando terminó 6. Casi no pudo estudiar. Eran una familia pobre en el campo murciano, el mismo que hoy pueblan nuevos pobres inmigrantes magrebíes, subsaharianos y latinoamericanos, y los años después de la guerra fueron muy muy duros y fríos para todos, pero especialmente para quienes vivían fuera de las ciudades y tenían poco dinero. Mi madre lee con dificultad y escribe lentamente y con muchos errores de ortografía, pero lucha cada día por no perder lo poco que aprendió, lo que le queda y puede hacer aún ahora.
Es admirable el esfuerzo que sigue haciendo, como lo fue el sacrificio que hicieron para sobrevivir, para mantener a flote sus vidas y las vidas que traían a este mundo, las personas de aquellas desgraciadas generaciones que tuvieron que cargar con una España bajo el mazo de aquel nacional católico régimen verde oliva y negro sotana, cruel e indeseable. Traían vidas al mundo porque era, entre otras cosas, una necesidad para amparar las suyas ante el incierto futuro que aquella España cerrada les dejaba ver.
Esta mañana, mientras ella aún dormía, volvíamos Jose y yo de dar un paseo a buen ritmo, algo que no podemos hacer en su compañía, claro, y nos hemos cruzado con un grupo de ocho o diez jóvenes de esa edad en la que hace no demasiadas décadas ya éramos considerados adultos maduros. Marchaban sin ninguna prudencia, abarcando la calle, dueños y potentes, sin mascarilla. Nos hemos cruzado y sentido las saetas de sus miradas orgullosas que parecían decir “sí, no llevamos mascarilla, qué pasa…”. Eso digo yo, ¿qué está pasando?, qué nos está pasando, qué está revelando y cómo estamos sorprendiéndonos con esta maldita pandemia que ha destapado la peor política, el estado y gestión de residencias-ratoneras, esa parte de sociedad irresponsable e inhumana…
Ya en casa la vuelvo a ver. Una bolita cubierta de gris encorvada sobre la libreta, atenta y concentrada en esa labor con la que me honra. Pequeñita, más invisible cada día, casi sin ocupar espacio ni lugar alguno, encogiéndose con la edad. Se percibe ese retraimiento, más en aquellos ancianos y ancianas de la posguerra, como si formara parte del remate de sus vidas tan gastadas (es solo un recurso literario sentimental, no se evaporará, me han dicho que es culpa de los discos intervertebrales, no hay que preocuparse demasiado).
Es triste saber que esta sociedad no ha agradecido a esas generaciones como se merecen. Y es más triste aún percibir como al final tantas vidas ancianas tienen que afrontar una nueva montaña de separaciones, soledad, ansiedad y depresión, ya sin fuerzas, en la calamidad de las residencias o ante los ojos soberbios de quien no sacrifican nada por protegerlos. Ahora otra vez, cuando ya confiaban en un suave aterrizaje en el final de su vida. ¡¿Qué narices está pasando?!
25.12.2020 – Día de Navidad. Fede
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