– Nos vamos al pueblo
– ¿Por?
– ¿Por qué va a ser? Son las fiestas de mi pueblo. Ya sabes, final de Septiembre.
– No. Si eso ya lo sé. Pero te pregunto por qué
– Pues son los días en que nos reunimos toda la familia. Bueno, la que queda. La mayoría ya descansa en el cementerio.
– Y ¿eso?
– Porque se van marchando todos y en el pueblo ya quedan pocos. Y aprovechamos estos días para reunirnos.
– Pero te sigo preguntando lo mismo: ¿por? -yo esperaba que él captara el sentido de mi pregunta, pero o no caía -cosa que no pensaba- o se estaba haciendo el despistado. Más bien lo segundo.
– Porque nos encontramos todos los que estamos fuera de nuestro pueblo – lo repitió como si no me enterase o no quisiera- y no paramos de contarnos la actualidad de nuestras vidas y recordamos cantidad de historias del pasado.
– Pero todos lleváis tiempos fuera -seguí en el juego del escondite: yo de no desvelar el sentido de mi pregunta mientras él se iba por las ramas.
– Claro. La mayoría nos vemos una sola vez al año, menos los que vivimos en el mismo sitio que hacemos por encontrarnos. A muchos los conoces porque viven donde tú también.
-Pues seréis muchos-continúe dando larga a la conversación,esperando que él entrara en el sentido de mi pregunta.
– No te creas. Nuestros hijos apenas quieren acompañarnos. Dicen que en nuestro pueblo no conocen a nadie y las fiestas son un aburrimiento.
– Lógico. Ya no tienen nada ni nadie que les interese allí, en vuestro pueblo -él no quiso leer la sonrisa burlona que apareció en mi cara; a pesar de lo cual siguió:
– Nos lo pasamos fenómeno. Todos nos conocemos y los que nos miran en la barra del bar preguntándose quienes somos -son los menos-, siempre encuentran un vecino de barra que se lo aclara; entonces la paz y las sonrisas vuelven.
– Eso ya lo sé -tuve que admitir porque a mi me sucedía lo mismo.
– A ti te pasa lo mismo -adivinó mi pensamiento, al tiempo que se sentía aliviado de no entrar donde no quería-. Se crea un ambiente donde te puedes explayar a gusto, donde te pones al día con personas a las que estás unidas de siempre. Son mi gente. Son mi pueblo.
-Si, pero no era eso lo que yo quería preguntarte – veía que tenía que ser directo, si no era capaz de contarme todos los festejos del pueblo.
-Y ¿qué querías preguntarme? – se veía acorralado y entones cambió su expresión. Serio y un poco enojado, frunció el entrecejo y se preparó al cambio que sabía.
– Algo que siempre damos de lado y nunca abordamos: ¿Por qué hablas de tu pueblo?
-Porque es mi pueblo.
– A ver. No te voy a contar algo que sabes mejor que yo. Hablas de volver a tu pueblo y dónde vives ,¿qué es?
-No te entiendo -no quería entrar en el debate, aunque ya no tenía más remedio.
-Llevas viviendo en esta ciudad más de cincuenta años. Aquí te casaste con una de tu pueblo, es verdad – remaché el tú-. Tus hijos nacieron, crecieron y se educaron aquí, hasta que se han marchado.
-Y eso ¿qué tiene que ver? – me cortó para no dejarme seguir en una argumentación para la que no tenía contra.
-Pues porque llevas toda tu vida aquí. No te voy a decir que uno es de donde pace, pero es verdad.
-Pero aquel es mi pueblo, mi gente, mis raíces. Son mis raíces y aquí no las tengo.
-Pero son las raíces de tus hijos, de tus nietos, de tus amigos, de los que más quieres.
-Mis hijos no tienen raíces en ninguna parte. Volaron hace tiempo. Uno anda por Edimburgo, casado con una inglesa y mi hija en Alemania anda con un polaco. Menudas raíces. Y a mis nietos apenas los veo -un rictus de tristeza nubló su mirada, conteniendo las lágrimas-. Y mis amigos, como tú, están igual que yo.
-Pero en esta ciudad hemos dejado lo mejor de nosotros durante tantos años… Hemos peleado en las asociaciones de vecinos, en los partidos, en las diferentes luchas -quise cambiar la dirección porque yo empezaba a empatizar con sus argumentos.
-Lo sé. He luchado por esta ciudad mucho más que por mi pueblo. De poco nos ha servido -parecía haberse librado de un peso y le volvió el espíritu reivindicativo que siempre tuvo-, pero sigo preguntando, preguntándome el porqué nunca nos sentimos de este pueblo.
Yo tampoco tenía respuesta.
-Y ¿quiénes son de este pueblo? ¿Los aborígenes que nunca pelearon por el suyo y solo pensaron en la renta de tierra que heredaron? ¿Esos son de este pueblo? -la rabia vestía sus palabras.
– No me importa ni interesa la discusión con los nativos. No es eso. Me pregunto por qué tu o yo nunca compartimos ese sentimiento de pueblo.
– Yo que sé. Quizás nunca participamos en sus tradiciones de Semana Santa, carnavales, romerías o del club de fútbol que es donde se reivindica un pueblo. A lo mejor es eso; o quizás es que esta ciudad nunca las tuvo hasta ayer.
-Esta ciudad tiene más historia que nuestros pueblos. También es cierto que ha crecido con la emigración de pueblos como el tuyo y el mío que nunca se sintieron de aquí. Es una mezcla de razas, gentes y religiones. Cosmopolita dicen. No sé bien si es un insulto o una alabanza.
-Ya. El sentimiento de pertenencia a un lugar, a una gente o se tiene o no se tiene y es difícil crearlo.
-Será eso. También es verdad que nuestra infancia transcurrió en nuestros pueblos con nuestros abuelos y familia y después emigramos a esta ciudad o pueblo, no sé bien que es, y tuvimos que adaptarnos.
-Tampoco nos acogieron muy bien. Es la verdad.
-Tenemos que aceptar que donde vivimos es una ciudad y nunca será un pueblo. Por lo menos para nosotros.
-Este es un debate abierto al que nosotros no encontramos solución.
-Si; aunque empiezan a aparecer colectivos que se hacen la misma pregunta e intentan buscar acciones para crear esa urdimbre social de pueblo que no conseguimos nosotros.
-Esperemos. Mientras tanto, pide otra cerveza.
Rafael García Conde.
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