Que Marbella siempre ha sido otra cosa, diferente, es algo que los que vivimos aquí tenemos asumido. No sin cierto orgullo malsano, todo hay que decirlo. Marbella es especial y única, al menos por su clima, que no lo discute nadie, y por su hospitalidad, de lo más mantecosa. Marbella como ciudad privilegiada, como destino vacacional selecto, turismo de calidad, estilo de vida, excepcionalidad, marco incomparable… ya se saben la cantinela.
Y nos lo hemos creído tanto que no percibimos nuestro deterioro, hasta qué punto nos vamos descascarillando. Asoma el cartón piedra de la babel del lujo delante de nuestras narices y ni nos enteramos. Nadie chista. Transitar por nuestras carreteras es una pesadilla, el lujo las más de las veces suena a quincalla y tanta fama, tanto éxito, nos abotarga. Aquí ya no se cabe, pero nadie parece darse cuenta. Menos, los mandatarios municipales, que no ayudan ni a visibilizar nuestros problemas ni a pelear soluciones. La que menos, la alcaldesa, que como los ángeles parece levitar sobre un paraíso que amaga con reventar sus costuras. Pero nadie se da por aludido. Esas cosas de las que usted me habla ocurren en otras latitudes.
La contestación a la proliferación de viviendas turísticas cunde por todos los rincones de este país pero, tranquilos, ese problema no va con nosotros. Esas manifestaciones, esa petición de una regulación más estricta de una oferta vacacional bastarda, son cosas que pasan en otros sitios, en otros lugares, que atañen a otras gentes muy alejadas de las que aquí habitan. Porque aquí somos gente plácida y menesterosa a la que la subida de los alquileres, la escasez de vivienda, su precio, la pérdida de identidad, la asfixia de nuestras calles, las sombras asesinadas, la inanidad vecinal, el patrimonio desportillado y otras cuestiones menores nos resbalan. No nos afectan. Estamos censados a perpetuidad en el paraíso. A qué inquietarse ¿verdad?
Las viviendas turísticas no son la única causa de lo que ha venido en llamarse turismosis, ni de la gentrificación, pero los manifestantes de Palma de Mallorca, San Sebastián, Madrid, Barcelona, Valencia, Canarias y hasta Málaga han pedido una regulación contundente. Y todos estos destinos turísticos ya han tomado medidas, algunas drásticas, como la moratoria indefinida en la concesión de permisos. Pero ese problema no nos atañe porque aquí, simplemente, no existe.
La alcaldesa, quizá en un arrebato de mala conciencia por no habernos tranquilizado antes, decidió la semana pasada bajar del reino de los porcentajes para sosegarnos. Los problemas de los otros, son otros, suyos. Despreocúpense que, como todo el mundo sabe, nuestras viviendas turísticas, por su tipología, no generan tensión en el mercado del alquiler. Son unifamiliares, amplias, accesibles sólo a las rentas altas y no se concentran en los cascos urbanos.
Además, por ahí se encamina nuestro plan general de urbanismo, ese prodigio de celeridad. La alcaldesa recordó otro detalle nada menor, que el ocho por ciento de nuestros ingresos turísticos provienen de este negocio. Da pasta y ya se sabe que el money-money es nuestra huella dactilar. Aquí se alquilan chalés para ricos, no pisos para perdularios.
Los datos sobre los que levita la alcaldesa —según se ha aprestado a difundir la oposición— son falsos. Los reales son bien distintos. El Instituto Nacional de Estadística nos contabiliza como el cuarto municipio de España con más viviendas turísticas, casi 7.000, y a poco que se descuide Málaga la sobrepasamos y subimos al podio. Y el Banco de España señala que el 64 por ciento del mercado residencial para uso turístico lo concentramos…en el casco urbano. Ahí, somos los primeros. Nada de mansiones desperdigadas.
Pero, olvídense, esos son datos a ras de tierra, no deben tener suficiente altura como para tenerlos en cuenta ¿Qué sentido tendría cuando expertos de la Universidad de Málaga arroparon a la alcaldesa y le dieron la razón? Tuvo su gracia que en la rueda de prensa se manejaran datos de un informe del 2008, pero tranquilos todos, que les han encargado actualizarlo. Que la realidad no te malogre un discurso. Marbella levita.
Algunos pensamos que Marbella hace mucho que dejó de ser una ciudad confortable, amable de vivir. Pero esas cosas no se dicen, esas cosas no se hacen. Niño, no juegues más con la pelota del turismo, sea de la tipología que sea, que en Marbella no sienta bien. Los pelotazos, sí. Los hoteles contentos, los restaurantes ni te digo y los comercios aplauden batiendo rebajas. Marbella, hasta las cinco estrellas y más allá. Mejor destino europeo y quien sabe si transoceánico a poco que nos lo propongamos. La alcaldesa, en su papel, nos regala comparecencias con aroma de Olimpo y yo, ya ven qué malo es uno, me acuerdo de Quino y del teleteatro, de lo apasionante que le parecía a su Mafalda ver «la lucha del libretista por no caer en las garras de la inteligencia». Aunque igual aquí en lo que no se cae es en las garras de la gravedad. Esa ley universal que nos es tan esquiva, en la que no sólo la manzana sino también la sensatez caen por su propio peso. Pero Marbella levita ¿Qué se le va a hacer?
Miguel Nieto es periodista y socio de Marbella Activa.
El Dardo en La Palabra es su colaboración semanal en el programa de Onda Cero Marbella.
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