Eran los días en los que el Taller Municipal de Cerámica estaba en la plaza de José Palomo
Yo llegué a ser profesora de este taller por pura casualidad. Os cuento: En el verano de 1986 Pablo, Omar y yo llevábamos algún tiempo investigando en nuestra casa con un horno de gas, un torno y barro. Había una técnica que controlábamos bastante bien: el reflejo árabe o reflejo metálico y propusimos al ayuntamiento hacer un curso de verano en la escuela , durante la vacaciones de los dos profesores: Alberto y Eloísa. Nuestra técnica gustaba mucho, era casi desconocida en aquella época.
En septiembre, los ceramistas renunciaron a su plaza y decidieron quedarse a vivir y trabajar en Sevilla, su tierra. El ayuntamiento, apresuradamente, abrió un concurso público para cubrir las vacantes, nos presentamos dos personas…y ¡ganó mi 50% de probabilidades!
Cuando empecé a dar clases tenía 23 años y estaba muy «verde». Tenía mucho interés en aprender, probar, practicar… La cerámica tiene eso: que nunca la dominas del todo.
Recuerdo que un día apareció por el taller un muchacho: Clemente, venía de la Rambla: un pueblo muy ceramista de Córdoba. Pidió que le dejara probar el torno y al final se quedó varios meses a vivir en Marbella… En realidad, a vivir casi en el taller porque nos pasábamos noches entera practicando técnicas nuevas como las cristalizaciones, torneando porcelana, fabricando esmaltes. Nunca estábamos cansados.
Recuerdo un alumno muy especial: Andrés L. Tenía muy buena mano con la escultura, y un estilo muy personal. Mirándolo pensé que no era bueno trabajar sólo en una pieza: algunos alumnos podrían trabajar en una serie completa, comprometerse y hacer una exposición al público.
Nos pusimos manos a la obra: había que limpiar y habilitar el patio tan maravilloso que estaba lleno de trastos y basura. Andrés se ocupó de crear una zona de exposición con un presupuesto de 0 pesetas, mientras yo me «camelaba » al jefe de electricidad del ayuntamiento, invitando a la cuadrilla a tomar cañas en el querido bar «Matute».
Y así se consiguió inaugurar la sala de exposiciones del taller de cerámica. Tuvo tanto éxito que otros talleres quisieron exponer también allí, así que pasaron tanto alumnos de pintura y fotografía como artistas individuales.
La sala era un aliciente para mis alumnos: empezaron a observar sus trabajos como una obra global, y a sentir la responsabilidad de una muestra abierta al público. Todo avanzaba por el camino adecuado; pero un día el alcalde, el señor Gil, lo cerró y nos mandó a dar clases a un sótano lleno de cucarachas que volaban y de ratas. Se nos acabó el patio, ya no teníamos ni ventanas, solo una claraboya donde veíamos pasar a los viandantes y una escalera pringosa para subir a la calle.
¿Qué había pasado con nuestro magnífico patio? Se convirtió en un almacén donde guardaba sus trastos una Hermandad Católica, esa que lleva un burrito. Ahora ese patio está cerrado a cal y canto. No han dejado ni sus preciosas buganvillas.
Rosa Rodríguez Camacho. Profesora de cerámica
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