Crónicas Marbetarias
La vida útil de los árboles
La alcalde de mi pueblo ha acuñado un término novedoso: “la vida útil de los árboles”. Desconocido para los que nos quedamos en la vida secreta de las plantas (Steve Wonde)r y en la poesía del bosque de Joaquin Araujo. Mucho hemos oido hablar sobre la vida de los árboles —ni les cuento desde que trepábamos a sus ramas— pero no recuerdo ningún tratado sobre su inutilidad, que por lo visto llega cuando sus raíces invaden el territorio de las cañerías e impiden aceras más grandes. Se tornan molestos. No me lo invento: “Los árboles tienen una vida útil y hay que cambiarlos y renovarlos”, dijo. Lástima que no se plantaran con obsolescencia programada. Haría más llevadera su eliminación. O sea, que sobran porque ya no producen provecho, servicio o beneficio. Tocan otros de porte y raíces domesticables.
Hemos dado un salto cualitativo: de talarlos por enfermos a arrancarlos porque ya no son útiles. Podría parecer que el debate universal orbita sobre la vida de los árboles, quizá incluso por la del bosque, la desforestación y esas cosas de las que hablan en otro mundo donde se lucha porque los árboles de puro viejo tornen venerables, intocables. Pero en el smart urbano de mi pueblo estorban. En mi pueblo, quiero recordar, hubo hasta bosques —de pinos y alcornoques— de los que quedan manchas de bellota y piña. La duda tonta del lenguaje perverso: renovar árboles, cambiarlos porque “impiden que el acerado sea más ancho”. No me dirán que el argumento no mola: aceras más grandes para gozo del peatón, un necio que no percibe la inutilidad manifiesta de tanto árbol caduco, que igual da sombra y embellece, pero que no sirve.
Lo de la avenida del Trapiche se suma a cirugias previas, tan invasivas como en Finlandia donde se comprobueba la gracia de este diseño de ciudad donde cuantos más árboles dicen que plantan menos sombra hay; cuanto más amplias son las aceras, menos espacio tiene el peatón. Más allá de la grisura y de la tala, con esos bordillos minimalistas el abordaje de la carga y descarga es constante ¿Aceras grandes sin sombra, ni bancos, ni sosiego? ¿Invadidas por camiones de reparto y terrazas de hostelería?
Tras el (“pues a mí me gusta”) celebrado desastre de la plaza de Los Naranjos, han cogido carrerilla. Hay que prepararse para más modernidades. Anunciadas quedan. Aunque en este mismo pueblo, cerquita de Trapiche, donde manda el serrucho y el adoquín, se compruebe que otra acera es posible. Inaccesible a las llantas y con sombra que te cobija. Por Miraflores, mismamente. Este tramo de la avenida del Mercado fue ‘renovado’ no hace mucho. Había árboles. Hermosos. Ahi siguen, de enormes raíces sin duda. Con copas enormes también ¿Corren peligro?
A saber, porque por ahí discurre todo un embovedado. No parece que corra peligro. Tampoco de que los diseñadores de la cosa futura se contagien de soluciones tan pueblerinas, ¿verdad?. Hubo debate y críticas en esta remodelación sobre el río Huelo, que pareció invasiva y atolondrada, pero visto lo visto, y lo por venir…
En fin, entretenidos quedamos devanando la novedosa teoría del árbol útil, intentando descifrar cómo para cambiar un árbol debe fenecer, en qué parte del duramen tatúan su fecha de caducidad o cómo se mide el grado de perfidia de sus raíces. Y, ya puestos, otra teoría: ¿Qué me dicen de la vida util de los viandantes? Territorio inexplorado.
Miguel Nieto. Periodista.
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