No hablemos de política. Es un acuerdo que se extiende entre los amigos para no avinagrar la comida. Tampoco de religión, añade un comensal, que prevé la discordia en este campo, también conflictivo. Todos conocemos el pelaje de los demás y preferimos no tocar heridas. Somos amigos y tenemos intención de seguir siendo, aunque andemos por extremos ideológicos. Las creencias son un campo de minas que pueden explotar en cualquier momento; la política es otro donde hay que andar con cuidado.
Sabemos que no hay acuerdo ni siquiera en lo evidente que el propio sentido común admitiría. Así que mejor no lo toquemos. Tampoco los hechos tienen su veracidad indiscutible. No existen, aunque parezca absurdo, todos dependen del color con que se miran, la fuente de donde llegan o de la perspectiva desde la que se les contempla. Los temas de conversación se reducen, pero la paz planea sobre asuntos no provocativos.
Y no son posiciones radicales sino mas bien extremistas. El sabio busca la raíz de los problemas. Aquellos que hacen que el manzano sea manzano y esté sano o enfermo o que la savia le llegue o no y porqué.
El radical busca sin apasionamiento, sin emoción, el análisis y la solución de cualquier conflicto, aportando datos observables, medibles y cuantificables como cualquier investigador que se enfrenta a un problema. No es que tengamos que ser científicos en cualquier conversación, pero si ser razonables. Centrarse en lo esencial sin perderse en los flecos, en los detalles que nos despisten. Un poco de sentido común, decía antes.
Cada vez más y más ciudadanos pertenecen o se encuentran en una banda. Leemos los periódicos que nos dan argumentos en nuestra línea que nos arropan y defienden. Cuando sea necesario, vemos las televisiones o escuchamos a quienes hablan en la tertulia donde los especialistas de todo, los nuevos ilustrados, dicen y nos explican lo que nosotros creemos y queremos oír. Preferible los que nos ofrecen divertimentos culinarios o de concursos que nos evitan pensar. En una palabra: queremos ser parte de una secta ya no religiosa, pero sí política, aunque nuestra realidad social y económica sea otra alejada de quien mantiene posturas interesadas. Pensar, analizar, reflexionar nos puede obligar a cambiar, y eso sería temible. Sería como derribar los pilares que sostienen nuestras vidas y encontrarnos en un erial solos y perdidos. Nos situamos así en el bando de la derecha o de la izquierda sin tener muy claro si eso existe y qué significa.La palabra que se ha puesto de moda es polarización. O estamos en el polo norte o en el polo sur. En ambos hace mucho frío, por cierto. Algunos con los años atraviesan el océano y pretender pasar de un polo a otro y se les ve las vergüenzas. Eso nos lleva a una actitud previa que nos hace distorsionar o no escuchar cuanto dice o hace alguien del otro bando.
Si uno, por casualidad o imprudencia, difiere del bando donde se le sitúa se le achaca de cobarde o hereje. Se le puede excomulgar o arrojar a los infiernos o recuperar como niño perdido. Sin embargo, quienes lo tienen peor son aquellos que nadan contra corriente. A la dificultad de defender las ideas se le suma que difícilmente nadie le apoya. Si no se ahogan terminan dejándose llevar.
Eso es política y mejor no hablemos. Se repite para huir de pensar o hablar de determinadas realidades que los medios de comunicación nos ponen por delante todos los días. Cuando la crueldad, la maldad, la deshumanización, la barbarie se refleja en determinados hechos no hay manto de política que los oculte, ni argumentos admisibles, ni intereses de países que los justifique, ni mirada hacia otro lado que los niegues. Mucho hablar, muchas propuestas, muchas justificaciones, pero la gente sigue siendo asesinada. El mundo contempla sin reaccionar los asesinatos de todo un pueblo palestino sin el derecho a ser nación ni a vivir. El genocidio y el exterminio con bombas, destrucción de viviendas, hambre y enfermedad no cabe en ninguna opción de rojos ni azules, de derecha ni izquierda. Sin respetar los mínimos derechos humanos de cualquier persona las antiguas víctimas ahora se han convertido en verdugos. Son sencillamente comportamientos abominables.
Hay dos valores que se están perdiendo y que esta realidad como la de Ucrania refleja. Uno es la empatía que significa semanticamente “dentro del sufrimiento de otro”. Intentar situarse en la persona del otro, en sus sentimientos, su visión de la vida, sus sufrimientos y sus motivaciones más profundas. Olvidarse de uno y entrar en el otro no es fácil porque hay que liberarse de uno mismo y sentir con él. No existe la empatía. Cada uno nos situamos en muestro propio ombligo al que admiramos y cuidamos sin ver al otro. El otro valor es la compasión. “Conmoverse con el sufrimiento del otro y ser incapaz de ser indiferente”. Tiene una bruma religiosa y deteriorada con la caridad pero en esencia es ponerse en lugar del otro y sentir con él.
La polarización, la ausencia de empatía y compasión subyacen en esa tormenta de individualismo a la que nos lleva esta sociedad de consumo que no puede funcionar, como digo a veces, porque todo el mundo piensa en lo suyo menos yo que pienso en lo mío.
Rafael García Conde.
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