Flexibilidad y coraje. Parecen actitudes enfrentadas y difíciles de conjugar. No lo creo.
La imagen del junco en la ribera nos enseña bastante de la vida. Hay tres imágenes que repito con frecuencia en mis poemas: la amapola que baila en los trigales y lanza sus pétalos al viento; los jilgueros que exhiben su belleza salvaje encima de los espinosos cardos, dejándose mecer por ellos y que nunca soportan vivir enjaulados; y, por supuesto, los juncos.
Los juncos son esencialmente flexibles. Largos, delgados, flexibles, pero recios y resistentes. Se adaptan al viento, se dejan llevar por él y conservan una larga vida. Parecen decir hasta luego y nunca adiós, pero yo sigo aquí. Pierden el verde oliva de su juventud; a veces se deshilachan dejando jirones de sí mismo que bailan con el viento, la arena les va comiendo las bases de sus raíces; pero no pueden con ellos. Continúan siendo ellos mismos y nunca cambian ni en su identidad ni en su comportamiento.
Entenderéis que no pretendo dar una clase de botánica ni de hacer ver lo evidente que cualquiera puede contemplar en la ribera de nuestros sedientos ríos. Son simples modelos para la reflexión.
La primera viene dada por la edad. Tengo alrededor muchos conocidos, de muchos años, como yo, que en el péndulo de las ideas se habían anclado a un lado. Los años no les ha hecho más flexibles ni comprensivos, sino que se han fijado en posiciones inamovibles y muchas veces contrarias a lo que defendieron toda la vida. Extremistas diría. Y no digo radicales; porque entiendo que la radicalidad te lleva a buscar la raíz de las situaciones, problemas o ideas, pero no a la arrogancia ni a creerte en la posesión de la verdad y convertirte en dueño del castillo. Imposible hablar. No hay la mínima fisura. Han cambiado de ideología tan extremadamente que te hacen dudar de convicción de las que defendían antes. Machacan una y otra vez los mismos argumentos sin escuchar ni dudar de sí mismo. Y no lo entiendo porque yo cada día que pasa dudo más de mí mismo y de mis ideas y, como el junco, me siento abierto a ser flexible y dúctil. Sin dejar de ser junco y enraizado en la misma ribera debemos entender que los demás evolucionen en el péndulo de la vida, pero no hasta quedarse fijo en el otro lado. Aunque comprendo que cada uno puede hacer de su vida lo que crea necesario; siempre que no intente imponer su punto de vista ni, mucho menos, con violencia.
Flexibilidad y coraje como el junco para defender los suyo con sencillez y determinación; para crecer hasta que la vida lo mantenga vivo siendo siempre el que ha sido en el mismo lugar. La flexibilidad no es servilismo ni adulación, ni, por supuesto, “pasotismo”. Hay que tener el coraje de defender lo que uno cree, sin intentar imponerse ni, por supuesto, dejar de valorar otras ideas.
La segunda viene dada por la observación del mundo exterior. Hoy en día se habla mucho de la polarización. Dos bandos separados por el odio, la ceguera, la ignorancia y la incapacidad de comprender al otro. Cualquiera te tilda de azul o rojo, por utilizar los colores, o conservador o liberal, o de derechas o izquierdas: o de los míos o de los otros (ya sabéis aquello de que esto no puede funcionar porque todos defienden los suyo, menos yo que defiendo lo mío). En ese momento los argumentos o explicaciones carecen de sentido y todo queda deteriorado por la imagen primera; no son necesarias ni de darlas ni de confrontarlas. Todo es claro y sencillo. No hay que escuchar, reflexionar ni abrirse a ninguna posibilidad. Hasta las evidencias que son incuestionables siempre tienen un pero.
El junco sabe que todo es relativo. Viene condicionado por dónde nació: si en la colina o pegado en la ribera del río, que algunos tienen más suerte porque el agua les sobra y a otros le falta, que el viento es brisa para algunos y para otros huracanes depende de donde estén; que la tierra donde nacieron es más rica en un lugar que otro; y, por tanto, las probabilidades de todo vienen más condicionado por el lugar que por los genes o el propio mérito.
Coraje para no cerrar los ojos, para no dejarse llevar por la corriente ni por bajarse del tren, aunque vaya en una dirección distinta. Coraje para decir aquí estoy, sin miedo a contrastar ideas y pensamientos sin acritud ni violencia.
El junco que ve que va perdiendo color y los flecos se multiplican no quiere formar parte de ningún clan porque sabe que todos son juncos; más pequeños, más diferentes de color, de vitalidad o de inclinaciones según el viento pero todos quieren permanecer con buena salud, criar a sus brotes, que el río no les ahogue con las inundaciones o que la tierra no les abandone y jugar y bailar con la brisa hasta que les toque decir adiós.
Porque nadie es igual, superior o peor que el otro, solo es diferente.
Rafael García Conde.
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