Veo las fotos y no sé cuál es el cangrejo ermitaño más llamativo. Si el que tiene por caparazón un capuchón azul de un bolígrafo Bic, como los de la escuela, o el que lleva a cuestas un tapón rojo que parece de una botella de lejía. O el que se amolda a un vaso que quizá albergó un trago de sangría. Las fotografías que veo, también videos, ilustran un estudio científico en el que calculan que el 85 por ciento de los ermitaños de todo el mundo han hallado morada en el plástico. Estos cangrejos, que nacen desvalidos y que —al contrario que sus compañeros— carecen de concha, hace tiempo que utilizan como casa la basura que tiramos. No las conchas. Tienen donde elegir, porque el catálogo de mierda que arrojamos al océano, o a los ríos, es de lo más variopinto. Sobre todo en plásticos.
Los cangrejos ermitaños se acomodan también en cascos de bombilla, codos de tubería, culos de botella, latas de conservas … pero sienten predilección por el plástico. No sólo porque lo encuentran de todos los tamaños, formas y colores, sino por su química. El plástico —¡quién lo iba a decir! — es sexy: sirve de reclamo para atraer a la pareja ¿Y saben por qué? Porque emite un producto químico que les gusta a los ermitaños. Lo huelen y se arrullan en estas conchas bastardas. Bombas contaminantes de largo recorrido. Un desmán conocido esto de tirar basura al mar. Una agresión que va a peor. Pero permitan que ahonde: Los ermitaños, aparte de simpáticos en sus andares, no son tontos. Cuando se nace blandengue, sin ninguna protección ante los depredadores, hay que ingeniárselas rápido para buscar cobijo. Y eso requiere de unas habilidades que no tienen otro tipo de cangrejos. Los ermitaños son más listos: saben explorar mejor, poseen más memoria y una visión espacial —un avanzado 3D, si permiten la metáfora— para analizar las conchas, la futura casa que llevarán a cuestas: color, relieve, tipo y, sobre todo, tamaño porque el alojamiento es crucial. Primero eligen el caparazón y, después, exploran su interior con las patas y las pinzas, y si es seguro y habitable, lo limpian y se lo llevan puesto.
Así ha sido siempre: el cangrejo, su caparazón y su bamboleo con un punto borracho. Pero con conchas. ¿Entonces por qué el 85 por ciento de los ermitaños —en todo el mundo ¿eh?— prefiere ahora una armadura de plástico?
¿Sólo es una cuestión de química erógena? No. Fácil. Encuentran más plástico que conchas. Greenpeace ya avanzó que en el 2020 fabricamos 500 millones de toneladas de plásticos. Un 900 por ciento más que veinte años atrás. Imaginen cuanto llega hoy a la orilla para que los ermitaños los prefieran a las conchas.
Ingenio y necesidad mandan. No deja de ser paradójico que el cangrejo saque partido al desvarío medioambiental. Ha descubierto que es mucho más fácil encontrar un plástico, u otro material artificial, que una concha. Además, ofrece mejor camuflaje, más protección y es más liviano. Y cuando se trata de vivir con la casa a cuestas ya me dirán si el peso no es determinante. Además, el plástico se fabrica industrialmente y las conchas marinas son artesanía de los moluscos hecha de calcio de agua de mar. Poesía. Cada vez hay menos conchas por la presión pesquera, la contaminación y el calentamiento de los océanos. Se imponen los caparazones plásticos.
Aunque no crean que resulta una opción idílica. Cuando los ermitaños crecen, mudar la concha es más fácil que mudar el plástico. Medio millón de cangrejos murieron en 2019 atrapados en cubículos artificiales en las Islas Cocos. A esta costa australiana llegaron 414 millones de piezas de basura: un amplio catálogo donde elegir. Pero erraron la horma. Que los ermitaños se alojen en nuestro basural plástico no necesariamente significa que vayamos hacia un mundo mutante, una teoría descerebrada. Pero ¿Se imaginan, por un momento, que los ermitaños crezcan sin freno? ¿Se los imaginan embutidos en tuberías, lavadoras, coches viejos o contenedores de basura garbeando por nuestras playas? ¿Cangrejos como carrozas de carnaval restregándonos la basura que tiramos al mar? Bueno, dejémoslo en alocada pesadilla, pero lo cierto es que teñimos nuestros mares de miasma. Los ermitaños le sacan partido y los expertos no se ponen de acuerdo si para bien o para mal. Sostienen que, en cierto modo, nos dan una lección. Dicen que: «Igual que ellos, debemos reutilizar más el plástico en lugar de desecharlo». Toca cangrejear aunque, no se yo: de reutilizarlo a que terminemos con hogares de plástico… media un trecho. Eso sí: las hipotecas serían más baratas y pesarían menos sobre nuestros bolsillos. Aunque dudo que menos sobre nuestras conciencias.
Miguel Nieto. Periodista y socio de Marbella Activa.
El Dardo en La Palabra es su colaboración semanal en Onda Cero Marbella.
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