Me pregunto por qué ya no recibo setiembre con el mismo alborozo de antaño ¿Será cosa mía o es que ya no es el mismo? El ferragosto se acaba y no parece que setiembre venga al rescate. No sé cuántas décadas hace que titulé así una columna, que nuestro setiembre no es el septiembre de los demás. Más de tres, seguro. Y son muchas para que ahora nada cambie. O, si acaso, a peor.
El verano de la bulla sin cuartel ya no se va ni cuando desaparecen las colas penitenciales a la espera de mesa en los restaurantes de moda, que suelen ser los de las esquinas. Curioso. Colas casi de presidiarios encadenados a la paella mixta. Los veranos de miradas perezosas y atardeceres lánguidos ya no existen. Al menos no en mi ciudad, no en mi entorno y contorno, donde parece que todo el mundo se ha confabulado para hablar de la humedad. No tanto del calor sino de la humedad, que se pega al cuerpo como una lapa radiactiva. En los ascensores, donde nadie saluda a nadie, como en las escaleras, donde abundan las pisadas extrañas, no se habla del tiempo sino del bochorno. Como si fuera una novedad, incluso en setiembre, el mes de abrir espitas. Como si la caló pegajosa fuera algo desconocido y los abanicos unas reliquias.
Huyes de la calle, pero hay que orearse en el sumidero que dejan para los peatones en unas aceras conquistadas por la mugre y un ejercito de camiones y furgonetas de reparto. Calles con losetas desencajadas, quebradas como pústulas en el camino. Trato de convencerme de que, a fuerza de repetirlo, será verdad que vivo en una de las ciudades más limpias del mundo pero resulta difícil creerlo aunque la transite el nuncio papal, venido a canonizar a la Virgen del Carmen, que cruza sin romperse el solideo pasos de cebra que más parecen de iguana. O de boa, ondulados como las colinas de Roma.
Arte abstracto en el adoquinado y naturalismo en las islas ecológicas reventonas de basura. Dicen que la recogen a todas horas, pero ahí está la babel de podredumbre que quieren solucionar con policías de paisano, como cuando la secreta, que ponen multas a los desaprensivos. Una bombillada. Nuestro verano está repleto de bombilladas así, que rivalizan con la luz de lunas gigantes más rojas que nunca. Lunas de sangre, que diría profundamente cabreadas por lo que ven abajo. No se porqué el olor a sardinas me queda lejano y me turba el de fritangas. Las cicatrices del asfalto, la rejillas, huelen a nausea, cosas del saneamiento, y los parques, únicos reductos de sombra, quizá a jazmín. También a verde reseco. El verde parece tan artificial como las florecillas de quita y pon. Vivo en una ciudad, o así lo siento yo, de sombras mutiladas y de playas que exudan polvo y crían algas con vocación de malvas.
El faro no tiene quien lo trabaje, aunque igual dicen que paralizaron la obra para no molestar a los turistas, los únicos que admiran el top manta de falsificaciones de un paseo marítimo cada vez más suburbial.
Nos abandona agosto, donde los incendios y las tormentas golpearon lejos. Hubo juegos olímpicos pasados por río, y un Tour espectacular… mente insoportable gracias a unos comentaristas que siguen a piñón redundante ahora con la Vuelta. Espectacular, claro.
Se marchó el ferragosto. O no del todo. Porque seguirá Gaza. Seguirá Ucrania. Seguirá Sudán, y seguirá la infamia de un Afganistan donde la aniquilación de las mujeres pasa ya por impedirles hablar por la calle. Sí, como lo escuchan. Sin inmutarse. Sin inmutarnos. Y también seguirá Trump con una Kámala echando cábalas, y el fantasma de la ultraderecha, cada vez más corpóreo. Del mar nos seguirán llegando migrantes, y de los cayucos del congreso, vías de agua. Ferragosto muere con prórroga, que es la mejor manera de morir matando.
Con setiembre no se irán ni los mosquitos ¿Quién me iba a decir a mí que iba a echar en falta a los trompeteros, que por lo menos avisan? Ahora proliferan los hérgenes que inoculan ronchas tamaño ampolla. Igual tengo la sangre dulce, o igual gorda. No lo sé. ¿Acaso importa? El ferragosto prolonga sus atascos de tráfico y el vuelo de las polillas, que por suerte no se han escapado del Nilo. Ni los murciélagos pueden con ellas. Y tú, mirando al suelo mientras braman los claxones.Setiembre ya no es lo que era. Parece septiembre. Hasta la brisa del mar llega menos fresca, que hemos puesto las aguas al baño maría. Sólo faltaba que fuera verdad eso que me dicen de que se han avistado ballenas cerca de la costa, que de Tarifa, donde las acosan barcos repletos de turistas, les ha dado por huir para acá. Sólo faltaba que fuera verdad que los cetáceos se dan garbeos, como excursionistas, para curiosearnos. Solo faltaba que en setiembre, sin la fresquita, se adueñaran del mar. Como los turistas, camino de ser plaga, de la ciudad toda. La más lujosa, limpia y esplendorosa que hayamos conocido. Igual, a nuestro pesar.
Miguel Nieto González. Periodista y socio de Marbella Activa.
El Dardo en la palabra. Es el programa que forma parte de su intervención semanal en Onda Cero Marbella.
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