Tengo claro que los que mejor llevan lo del cambio de hora son los canarios, que esto de acomodarse a la hora de menos, se les hace fácil. Están acostumbrados porque, a diario, sufren en sus carnes ese empeño de los peninsulares por quitarles una hora a cada rato. «Son las nueve de la mañana, una hora menos en Canarias», «Es mediodía, una hora menos en las Islas Canarias». La de veces que oyen que sus días son, sistemáticamente, por la gracia del meridiano de Greenwich, una hora más cortos. Tanta insistencia les debe haber vacunado contra estos desarreglos hormonales que por lo visto sufrimos el restocuando el último domingo de octubre toca atrasar las agujas del reloj. Algún día, y esto es más cosa de periodistas y locutores, alguien caerá en la cuenta de que en Canarias siempre es una hora… antes, y no una hora menos. Qué ganas de robarles tiempo, cuando los días allí tienen las mismas 24 horas, no una menos. Hay que reconocer que con el cambio horario, donde menguamos o dilatamos las faldas circadianas según sea temporada de primavera u otoño, una moda que ya no hay maestro relojero que nos zurza, hay más follón. Es sólo una hora, pero burlársela al sol, a la luna, a las estrellas, a las farolas, al sueño, a la verja del colegio, al biorritmo, a los transportes, a la estabilidad neuronal, al hambre y no sé a cuantas cosas más, parece cosa seria. Y, sin embargo, a todo se acomoda uno. Siempre son divertidas, no me lo negarán, esas conversaciones en las que no nos ponemos de acuerdo en si amanece más temprano o es que oscurece más tarde; en si le ganamos una hora al domingo o se la sisamos al lunes; o en si se obtienen horas de luz para ahorrar energía pero trajinar con el reloj no economiza nada. Lejos de estas disquisiciones, sé de algunos que consideran una blasfemia desafiar las leyes del firmamento, que son simples: amanece cuando amanece y la gente se levanta, y cuando llega la noche va tocando dormir. Y santas pascuas, marque el reloj lo que marque.
El asunto se complica cuando nos enfrentamos a los husos horarios y, más allá de darle vueltas a un globo escolar, viajamos. A ver, ¿Se ganan horas cuando se tira pal Este o es cuando se vuela hacia el Oeste?, ¿Amanece antes en Nueva York, o es que desde que Trump lo trastocó todo —y amenaza con volver— los estadounidenses no saben en que día viven? ¿Y qué es eso de la Costa Este y Oeste, que aparecen las corresponsales televisivas una de noche y otra de día? Menudo acertijo. Es más, nos quejamos del cachondeo que nos traemos ahora con el reloj y el meridiano, pero ni les cuento cuando hablamos de paralelos ¿Nos fastidia aquí que los murciélagos salgan una hora más temprano cuando, un poner, en Alaska calculan cuantos meses de noche cerrada les tocan al año?. Eso son palabras mayores. Oscuridades mayores. El récord lo ostenta un pueblo de nombre impronunciable en el que el sol se pondrá este 18 de noviembre y no volverá a salir hasta el 23 de enero del año que viene. Noche polar, le llaman: 65 días como boca de lobo porque la tierra navega escorada por el espacio, y el sol juega al escondite.
Pero para risas, las que por estas fechas le dan al relojero del Palacio del Tiempo de Jerez, que tiene que poner en hora más de 280 relojes, algunos literalmente de los tiempos de Maria Antonieta, porque los fabricaron cuando la Revolución Francesa. Los artilugios modernos nos rebajan la hora automáticamente, pero a estas joyas hay que hacérselo a mano. Y no, no crean que se hernia la muñeca por atrasarlos solo una hora. En invierno tiene que adelantarlos once horas. Cosas de los antiguos relojes que solo pueden avanzar. Nadie concebía un reloj que anduviera para atrás. Varios días le ha llevado la maniobra. En fin, todos los años la misma cantinela. Nos desfalcan el tiempo, apenas una horita, y tenemos cháchara para una semana. O más. Dicen los que de esto saben que a quienes más afecta este cambio de ritmo es a los bebés y a los ancianos. Diría yo que más a los viejos, que camino de la inevitable noche polar, nos aferramos a dar cuerda a esos relojes, a los que suplicamos que marquen las horas pausadamente, como en los boleros.
Miguel Nieto es periodista y miembro de Marbella Activa. El Dardo en La Palabra es su colaboración semanal en Onda Cero Marbella.
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