Atanasio Verbigracia decidió que este año las hogueras de San Juan no le iban a pillar desprevenido como el año pasado que, cuando vino a darse cuenta, no tenía nada que quemar. Su ciudad se ha gentrificado tanto que cuando llegó a donde siempre a sumarse a la hoguera no conocía a nadie, tampoco había sangría que compartir y la playa estaba atestada de móviles encantados de conocerse. Ni el moraguero, que tenía aspecto de boxeador eslovaco, le dejó saltar las ascuas para conjurar sus demonios, que eran muchos y muy inquietantes, y pedir sus deseos, que eran menos pero mucho más retorcidos.
Atanasio no imaginó que este año el empeño le iba a procurar tantos dolores de cabeza, o más bien devolverle la angustia por los trabajos manuales, esos que tan mal se le daban en el colegio en el que, de puro torpe, ni a la gallinita ciega le dejaban jugar. El empeño era simple: confeccionar su propio juá para quemarlo él solito, aunque por falta de sitio tuviera que subirlo al rompeolas, al que nadie iba porque batía el mar y estaba lleno de erizos. Con llevar las alpargatas gordas y un buen capote, todo arreglado, se dijo.
Atanasio recela de ese empeño colectivo por quemar los muñecos en la playa. Entiende que a nadie se le ocurra echarlos al mar porque cualquier tormenta devuelve los restos de nuestros naufragios. Tiznados y desarbolados. Además, el agua tampoco se puede ensuciar, que a la medianoche hay que bañarse y chapotear hasta que rutile el arda y las sardinas luzcan como sirenas. También comprende que no se entierren los juás, lo que parecería una solución muy humana, que somos muy dados a las tumbas, porque igual nos arraiga el muñeco, que algo de diabólico tiene, y nos brota una hidra, de ésas de muchas cabezas que se zampa hasta los sueños más ingenuos. Los que en esta noche se lanzan al aire. Para Atanasio no hay solución perfecta. Ni tan siquiera quemarlos en la arena, que es lo tradicional, con gran alarde de cohetería porque ¿Quién nos asegura que ese humo que asciende a los cielos no regresará como lluvia de cenizas? Sí, a Atanasio a veces le asaltan dudas filosóficas que se le olvidan pronto porque tiene faena, tiene un juá que fabricar.
Ha recopilado recortes de periódico con malas noticias. Un año da para mucho, así que sólo ha guardado las intrínsecamente perversas por falta de sitio. Acumuló partes de guerra, hambrunas desbocadas y catástrofes, sólo las de más de un centenar de muertos. Los desastres medioambientales le han puesto en un compromiso porque no sabía como cribarlos. Se ha apañado contabilizando los incendios por miles de hectáreas quemadas, las inundaciones según las fotos aéreas fueran más devastadoras y las sequías a ojo de buen beduino. O sea, al tun tun. Menos mal que no se ha hundido otro Titanic —pensaba ayer— porque no le hubiera cabido en el muñeco, ya de por sí salido de madre.
Pero el juá no podía ser tan impersonal como un amasijo de arrugas de prensa, así que incorporó desgracias propias. Seleccionó apercibimientos del banco, recibos de la luz subidos de voltaje, tiques del gasoil y de los arreglos para pasar la ITV de la camioneta. En la papelería pidió a tamaño folio la factura de los libros escolares de sus hijos. Embutió también la compra masiva de papel higiénico —que hizo en el Makro para ahorrarse unos euros—, los tiques de la frutería cuando se le antojaron unos melocotones y, como venganza, hasta los pósters de Salud Informa contra el tabaquismo porque, en realidad, Atanasio dejó de fumar por el precio de los celtas cortos. Atanasio también engordó el muñeco, que verbigracia empezaba a quedarle adefesio, con una estampita de su primera comunión que encontró en una caja de zapatos.
Aquel hallazgo fue providencial para arreglar cuentas con el pasado. No sin antes desinfectarlos, metió a la altura del bajo vientre el antiguo carné de la OJE, la cartilla escolar repleta de insuficientes y su primer pasaporte, que caducó sin estamparle sello alguno.
No olvidaría pedir este año a la candela algún viaje extracomunitario, si era para ver al Madrid perdiendo una copa de Europa, mejor que mejor. Más original.
Tanto material llevaba acumulado por febrero que decidió que lo mejor era hacer un muñeco de papel maché, un bicho enorme que trabó a base de saliva, lágrimas y un armazón de trapos manchados de grasa y papeletas electorales tintadas de hipocresía. Las del partido ‘Aquí no hay quien sobreviva’, las primeras.
Aún así, el muñeco, que iba a parecerse al coloso de Rodas, le ha salido amorfo como un Nosferatu y no se ha desplomado porque le metió por el culo el bordón de salir al campo, que poca falta le va a hacer ya con la artrosis. Como pilares, las dos únicas garrafas de aceite compradas en todo el año, que ha rellenado de cantos rodados. Ayer, a eso de las diez de la noche, logró erigirlo con la ayuda de la grúa del taller. Y se sostuvo. Atanasio se sirvió un tinto de verano y cuando llegaron las doce, más sólo que un faro en un desierto, le prendió fuego. O eso intentó.
Toda la noche en vela. Toda la noche intentando que el muñeco ardiera, y no hubo forma. Mira que le puso leña debajo. Y cartones. Y pastillas de encender barbacoas, que se había llevado por si acaso. Y mira que hacía viento. Y mira que se encomendó a Santa Barbara, a ver si caía un rayo. Y que en un gesto desesperado, lo roció con el ron para brindar por el año venidero. Pero nada, Nosferatu no prendió. Tanto empeño puso en compactar el muñeco que, de puro sólido, no pudo quemarlo. Tanta maldad aprisionó que lo dejó sin oxígeno, como una piedra. Y, además, no lo pudo dejar allí, a ver si un golpe de mar lo echaba a pique. La playa tenía que quedar limpia para que hoy los turistas se tuesten a placer.
Atanasio se ha levantado hoy zombi de la cama y creería que todo ha sido una pesadilla si no fuera por ese intenso tufo a zafra que le llega de la terraza. Si no fuera porque cuando mea de urgencia huele a caña de azúcar requemada, al ron cubano con el que, en un último intento, roció al muñeco de desgracias comprimidas. Atanasio olvidaría que ayer fue la noche más corta del año si no fuera porque el monstruo preside su terraza y no le sirve ni para espantapájaros. Atanasio Verbigracia no blasfemaría hoy, por San Juan, si un buitre despistado no se hubiera posado encima de la calvorota de Nosferatu.
Miguel Nieto es periodista y socio de Marbella Activa.
El Dardo en La Palabra es su colaboración semanal en Onda Cero Marbella.
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