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Que el perro desciende del lobo es cosa conocida. Leo un reportaje que explica nuestras relaciones con los perros, que ahonda en el trato que les dispensamos. El artículo, extenso como casi todos los que últimamente se dedican a las mascotas, expone cómo los perros se han integrado en nuestras vidas y campan, más o menos sujetos, por nuestras ciudades y nuestros corazones. Sesudo de reflexiones, esgrime sus derechos, cuestiona hasta que punto nos pertenecen y sostiene que ahora la familia la compone más de una especie. Pero lo que más me llama la atención es cómo explica el tránsito de lobo a perro. Sólo se pudo producir porque lobos y humanos somos parejos. Lo han oído bien: porque lobo y hombre nos movemos por intereses comunes. Que en, según que aspectos, nos comportamos igual. Fascinante teoría que va más allá de la domesticación. ¿Cómo es posible que los perros se lleven tan bien con los humanos? ¿Cómo hemos llegado a que un ser tan distinto confraternice con nosotros? ¿Que andemos juntos por la existencia? La conclusión no puede ser más ingeniosa: en realidad fue el lobo quien nos adoptó y se hizo perro, y no al revés, que el hombre domesticó al lobo y lo convirtió en perro.
Todo empezó hace entre 15.000 y 30.000 años con el lobo gris como protagonista. El perro proviene del lobo gris, de eso no hay duda porque comparten el 99 por ciento de su ADN. Ese lobo y el homo sapiens, en aquellos tiempos de las cavernas y los grandes mamíferos, vivían separados, eran incluso enemigos pero tenían rasgos en común. Lobo y hombre eran depredadores sociales. No cazaban solos a su presas sino en manadas, en el caso de los lobos, y en grupos, en el de los humanos. Con diferente destreza pero colaboraban en las celadas con objetivos parecidos porque lobo y hombre son… carnívoros. Teníamos una dieta parecida, lo que nos convertía en rivales pero, no se sabe cuando, algunos lobos empezaron a buscar carroña cerca de los humanos. Sustento fácil. David Howe, antropólogo de la Universidad de Wyoming, señala otra semejanza: «Son más o menos monógamos, en el sentido de que macho y hembra se reproducen y se esfuerzan mano a mano en cuidar de su manada». Como nosotros con nuestra camada. En algún momento de la historia evolutiva algunos lobos abandonaron la manada y se acercaron a los humanos. Fue el principio de una relación en la que el lobo obtenía comida y, luego, cuidados. El hombre aprecia su protección y lo incorpora para ayudar en la caza y el pastoreo. Y daba calor y compañía en las noches, algo que entenderán si piensan en su perro, ése al que ahora acarician con cariño.
Pero no todo fue tan simple. El lobo no perdió su fiereza ni se acercó al hombre por el aroma de los asados en las fogatas. Las condiciones naturales coaccionaron lo suficiente. Se cree que todo el proceso empezó en Siberia, donde el clima los fue reuniendo en la causa común de la supervivencia. Los lobos más agresivos que atacaban a los humanos fueron eliminados y sólo quedaron los más domesticables. Los lobos entendieron que ganaban si se adosaban a unos hombres que les proporcionaban alimento. No tenían que esforzarse en azuzar ciervos. Las flechas y lanzas de los bípedos hacían su trabajo. Ambas especies se complementaban. La interacción fue a más, y estos lobos se convirtieron en perros. De fieras alimañas, a dóciles mascotas.
El lobo y el hombre. No sé por qué me da a mí, que el lobo ha vuelto. El lobo ancestral y salvaje que tanto cuento alrededor de la lumbre y tanta literatura ha inspirado. Relatos de sangre y muerte. ‘La hora del lobo’, titula Toni Hill una novela negra de un asesino execrable. ‘El día del lobo’ es el último libro del gran Antonio Soler, que retrata la maldad que en la Guerra Civil mató a miles de malagueños que huían por la carretera de Almería. Una novela preñada de aullidos, que son humanos. En ‘El lobo de Wall Street’ Scorsese retrató a Belfort, un turbio broker de Nueva York. Y, siempre en la memoria, el cuento del lobo feroz, las taimadas fauces que acecharon a Caperucita.
Ahora hay otros, que decían halcones, pero que a mí me da tienen asechanzas de lobo de los de antes, de esos de las glaciaciones. Y a los lobos que aúllan en guerras y genocidios, que arrasan y bombardean territorios, que tienen alucinaciones imperiales e inmobiliarias, que se reúnen en cumbres aeroportuarias, a esos lobos no hay quien los domestique porque llevan la inquina de fábrica. Nuestros perros dejaron de ser el lobo que fueron pero parece que el hombre ha liberado el lobo que esconde. En el cuento, el niño miente «¡Que viene el lobo, que viene el lobo!», hasta que nadie le hace caso y cuando llega de veras mata el rebaño. Y en el de Caperucita, en el original de Perrault, no se engañen, el lobo la devora junto a su abuelita. No se salvan. Ahora renacen los lobos en hombres sin domesticar ¿Hay alguien capaz de escribir un final feliz en estos tristes tiempos de tragedias y tormento? ¿Alguien se anima? Le presto la pluma.
Miguel Nieto es periodista y miembro de Marbella Activa. El Dardo en La Palabra es su colaboración semanal en Onda Cero Marbella.
(P.D.: En todo caso, en esta improbable tesitura absténganse de utilizar rotuladores calibre mortero)
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