No hay eclipse que augure nada bueno. Es algo que damos por sentado desde que el tiempo es tiempo y los humanos habitamos un planeta que depende del sol, esa bola de hidrógeno en llamas que hace posible nuestra existencia. El sol siempre está arriba; y brilla e ilumina. Damos por amortizado que seguirá siendo así. Que no desaparecerá de nuestras coronillas. Si el sol se opaca, sobreviene la oscuridad, el frío y el temor a la caverna. Y la caverna está bien como refugio pero no como prisión. Si el cielo entenebrece, el ánimo sucumbe. Hace unos días tuvimos un eclipse, están al tanto. Y fue motivo de jolgorio.
Para los antiguos un eclipse de sol siempre iba asociado a la tragedia, no tanto por el pánico que desataba que el mundo quedara a oscuras, sino por el augurio de males posteriores. Un eclipse de sol anunciaba calamidades que el hombre no podría eludir. Ni combatir. Terremotos, incendios, epidemias y toda clase de infortunios. Pavor en suma, porque la oscuridad siempre se ha asociado al mal, a los infiernos. El estudio científico de los eclipses de Kepler dulcificó la maldición. Eclipse, en griego ékleipsis, significa ‘desaparición’. También abandono.
Acabamos de vivir uno completo que ha dado mucho de que hablar. Se lo saben, pero valga una definición básica: un eclipse se produce cuando un cuerpo celeste se interpone en la trayectoria de la luz de otro, proyectando una sombra sobre él. En este caso ha sido la luna quien nos ha tapado el sol. Del todo. Por poco tiempo. Otras veces es el sol quien se interpone. El más antiguo registrado, que se conoce por la Biblia, ocurrió en el 1207 antes de Cristo. Curiosamente el relato no destaca la oscuridad sino que el sol y la luna se detuvieron. Para una venganza. Que el mundo se paró para permitir un nuevo horror. Ahora parece que el mundo lejos de detenerse, se acelera. Y que son otros los eclipses que se avecinan. Ahora parece que el mundo va demasiado rápido hacia un futuro que nadie puede predecir. Pero que pinta mal. Si retornaran los pitonisos, nos alertarían de que son demasiados los signos de que se avecina un eclipse ¿Cuántos más necesitamos?
Nuestra civilización chorrea bilis por los cuatro costados pero andamos a otras cosas, a oscurecer las gafas para poder mirar al sol cuando más nos valdría limpiarlas para mirar la tierra. Para mirar cerca. Los eclipses astronómicos nos fascinan desde que sabemos cuando ocurren y que en realidad nada ocurre cuando sobrevienen. Que el mundo no se acaba. No se para. Eso, con los astronómicos. Pero ¿qué pasa con los humanos? ¿Qué pasa cuando eclipsa la cordura?
Decir que vivimos en tiempos revueltos, que suenan vientos de guerra, que estamos en peligro y no nos damos cuenta, no dejan de ser frases hechas ¿Quién de veras les presta atención? ¿Los que mandan? ¿Los mandados? ¿No les inquieta lo que viene pasando? ¿Esta escalada de locura? Parecemos empeñados en cambiar la órbita de la humanidad, y a eso nadie atiende. Las tragedias ocurren, van a más, se enconan pero no nos quitan el sueño. Hablar de la deriva de la humanidad es tremendismo: siempre hubo guerras, siempre hubo hambre, siempre hubo muerte, siempre estuvimos al filo del precipicio y no nos extinguimos ¿Por qué ahora tendría que ser diferente? Las guerras mundiales son carnicerías del pasado, que nunca se repetirán. No va a ocurrir nada porque no se atreverán. No se atreverán a tanto. Son bravatas. Nadie será el primero en apretar el botón. No el definitivo. Olvida a los agoreros. Olvida a los profetas del desastre.
Así vivimos. Ajenos a las tragedias, que siempre quedan lejos. Que son de otros. Nunca nos
alcanzarán pero ¿Cuántos pueblos viven ya bajo un eclipse de metralla y hambre? ¿Abocados a que el cielo se oscurezca de drones y misiles? ¿Acaso coqueteamos con el eclipse total? No les abrumo, pero quédense con otra definición: “Un eclipse se produce cuando un cuerpo humano se interpone en la trayectoria de la luz que emana otro, proyectando una sombra sobre él”. Se me antoja igual de certera que la de Kepler. Y, desde luego, más actual.
Miguel Nieto es periodista y miembro de Marbella Activa.
El Dardo en La Palabra es su colaboración semanal en Onda Cero Marbella.
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