Nadie habla de los desaparecidos. Nadie se atreve a aventurar una cifra quizá porque nadie quiere revelar la verdadera magnitud de la tragedia, ya de por sí sobrecogedora. Los desaparecidos con nombre siguen en realidad anónimos en su cuantía. Y seis días después de que se abrieran las compuertas del cielo para descargar una bestialidad de sufrimiento, no sabemos si, como calculan algunos de los que saben y no dicen, pueden rozar el millar. O ser más. Ocultos en un vómito de barro, cañas y coches los van recuperando a ritmo de homeópatas. En un goteo insufrible. Desaguan aparcamientos, algunos inmensos, pero no tienen ni idea de cuantos cadáveres van a encontrar. Los muertos empiezan a aparecer en las playas, que son un cañaveral machacado, los perros rastrean sin descanso y las peores noticias, de nuevo, llegan del cielo. De los drones que se han convertido en el ojo ontológico de esta catástrofe sin ninguna estimación de desaparecidos.
De lo que sí habla todo el mundo es de la visita real. Cinco días después, las autoridades bajaron al barro y fue lo que les llovió. No sólo a los reyes, sino también al presidente autonómico Mazón y al presidente del Gobierno, Sánchez. Les lanzaron barro, insultos e indignación. Abrieron los paraguas y trataron de protegerles con un cordón de seguridad. En Paiporta había cientos de vecinos y voluntarios esperándoles. Les llamaron hasta asesinos. La ira. El rey Felipe y la reina Leticia intentaban acercarse a la gente. A calmar y escuchar. «Nadie ha hecho nada por nosotros, nadie ha hecho nada por evitarlo», gritaban. «Lo hemos perdido todo, tío», «Felipe, haz lo que puedas». Las vecinas hablaban con la reina, que ya sabe lo que es una pella de barro en la cara: «Lo hemos perdido todo. Y aquí estamos». La abrazaban, y la reina lloró entre quienes ya tienen poca lágrima por derramar. «Cuatro horas en una ventana, míralo, ahí, ahí», le enseñaban un video de un joven, que al final engulló la riada. Los reyes trataban de calmar los ánimos pero, impactados de barro y miradas desesperadas, desistieron. La visita que no les dio tiempo ni a empezar, acabó abruptamente. Hubo caballos para dispersar a los más violentos. Sánchez «en el instante en que arrojaron bolas de barro y objetos» —según el comunicado oficial— fue evacuado por su equipo de seguridad. A su coche le rompieron los cristales pero, insistían, estaba bien, como el resto de su comitiva. Reagrupados tras los incidentes en el puesto de mando avanzado, que estaba blindado, decidieron aplazar la visita a Chiva, donde más vecinos aguardaban en la plaza, a saber con qué intenciones. Tienen previsto volver.
Eso pasó, unas imágenes insólitas repetidas hasta la saciedad en la televisión, hasta que una mujer nos devolvió a la realidad. A dos sobrinos y su hermano se los llevó la riada. El primer sobrino salió a salvar a su perra. El segundo, cuando vio que su hermano no aguantaba agarrado a una verja. El padre, cuando a sus hijos se lo llevaba la torrentera y, luego, a él también. «Emeterio salió a ayudarles, así de sencillo», decía la mujer. «Gente de corazón», decía la mujer, que se quedó sola toda la noche con el agua al cuello. «La alarma la dieron cuando ya estaba subido al puñetero árbol, donde pasé toda la noche», exclamó un hombre. «¡O sales, o guardas el DNI!», dijo otro a un amigo.
Y no, no salió. Los pueblos y campos parecen un escenario tras la batalla. Sin agua, sin luz, sin comunicaciones, sin comida, atrapados en sus casas por coches apilados, empezaron solos. Luego, con los voluntarios.
Ahora que llega el ejército, la maquinaria pesada y las autoridades pisan el barro, piden botas de agua, calcetines y lejía. Están tan indignados como devastados. Ahora hacen preguntas sobre los avisos, sobre las alarmas, sobre la falta de ayuda, sobre la tardanza del ejército, sobre el desamparo, sobre el futuro… Y preguntan por los desaparecidos, que tienen nombre aunque nadie dice cuántos son. Aún queda mucho por sufrir y por desembozar. Ayuden lo que puedan. Hay cuentas y organizaciones donde contribuir. No esperen a que se extienda el olor de los cuerpos sin vida, que es como empiezan a llamar a lo que vendrá. Menudo eufemismo. Y a este espanto, como comprenderán, no hay música alguna que lo acompañe. En el sentimiento.
Miguel Nieto es periodista y miembro de Marbella Activa. El Dardo en La Palabra es su programa semanal en Onda Cero Marbella.
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