Hablar del mal. Escudriñar su raíces. Saber de sus mecanismos. Intuirlos. O descifrarlos. Conversar en torno al mal. A sus consecuencias. De su génesis. Reflexionar sobre la maldad humana ¿A quién se le ocurre? ¿Por qué enfrentarse a un dilema del que nadie a lo largo de los tiempos ha hallado respuesta? Pues, aunque no se lo crean, a eso nos dedicamos unos cuantos la semana pasada. No se puede comprender aquello que no se conoce, aquello de lo que no se sabe, que no se estudia, aquello que, en definitiva, no se cuenta, no se narra. Y para eso, a la hora de escribir y contar, hay un género que marca la diferencia: la novela negra.
En esas estuvimos en Málaga Negra un grupo de escritores, periodistas, criminólogos, abogados, policías, psicólogos, algunos auténticos especialistas en merodear el oscuro mundo de la maldad. En realidad nos habían convocado para dialogar y discutir sobre el Noir, pero casi sin darnos cuenta, o igual porque era inevitable, nos encontramos conversando sobre la maldad del ser humano. Sobre su esencia, porque ¿De qué otra cosa, si no, va la novela de misterio, la de suspense, la detectivesca, la truculenta, la negra? ¿Qué otro empeño tienen los escritores cuando retratan a los protagonistas de sus historias, a las víctimas y verdugos, que ilustran la entenebrecida alma humana? Son libros, sí. A fin de cuentas se supone que hablaríamos de cómo se ficcionan este tipo de historias, pero conforme avanzábamos en analizar las técnicas, los materiales, los modos y maneras, las manías, los riesgos con los que los escritores retratan sus crímenes de papel caíamos al fondo de la sentina. Más o menos llena de sangre.
La parte técnica absorbió gran parte del tiempo y fue esclarecedora sobre cuales son los mecanismos, antiguos y modernos, con los que los autores trasladan a los lectores historias lóbregas, cada vez más demandadas. Porque, y eso se constató allí, queda claro que el Noir hace mucho tiempo que nadie se atreve a considerarlo un género menor, una literatura de baja calidad. Desvelaron algunos de sus secretos grandes autores, de los que para no extenderme solo citaré a Alicia Giménez Bartlett, la gran dama y pionera de la novela negra española.
Y contestaron preguntas ¿Buscar la historia más adictiva es un mandato ineludible de un autor noir? ¿Qué dan más juego: los asesinos perturbados o en sus cabales? ¿No le incomoda crear personajes abyectos? ¿Si no hay sangre, no hay novela negra? ¿Se juega más con la ingenuidad o con el ingenio del lector? ¿Mantiene la novela negra sus primitivas crítica y denuncia del sistema, de la sociedad? ¿Se escriben historias a la carta, con intrigas o crímenes de moda? ¿Nada es lo mismo desde que irrumpió el thriller nórdico, con Larson como ariete? ¿A qué se debe esta tendencia a recuperar intrigas más livianas, menos escabrosas, con Ágatha Christie como referente? ¿O por el contrario, qué papel juega el True crime? ¿Se busca morbo añadido? ¿Se escribe para serializar historias en televisión?
Pero como les anticipaba, del oficio pasamos al meollo, a cuestiones más inquietantes ¿Cualquiera puede convertirse en un asesino? ¿Donde anida el mal? ¿Por qué son tan creíbles los criminales atroces? ¿Nos regodeamos en el dolor ajeno, en el terror de la muerte? ¿Esta sociedad está enferma? ¿La novela negra no deja de ser una válvula de escape? ¿Un exorcismo pactado? ¿El lector llega a identificarse con los asesinos? ¿Es parte del juego? ¿O de la verdad? ¿El mal es adictivo? ¿Hablar del terror, representarlo, no lo banaliza? ¿La realidad supera a la ficción? ¿Tanto nos mueve la traición, la venganza, la codicia? ¿El mal ajeno se difumina, nos resbala?
Ya ven, otras preguntas que van mucho más allá de la literatura y que cobran vigor con sólo encarar la página de sucesos en la que se han convertido las primeras páginas de los periódicos. La novela negra no deja de ser literatura de evasión pero, a menudo, retrata con crudeza nuestros más bajos instintos, la inquina del alma humana, la incuria que prodigamos, el desapego de la justicia y nuestro idilio con el lado oscuro de la vida. El noir, ya sea en papel o en imagen, nos debería zamarrear, inquietar, turbar, remover, agarrarnos por el cuello más allá de la tensión de la peripecia del asesino. Si la literatura «es contar el mundo con palabras», una definición de Toni Hill, que ha resucitado el garrote vil para su último verdugo, habrá que seleccionarlas con sumo cuidado porque la gran novela del mundo cada vez tiene tintes más macabros y dimensiones de Enciclopedia, a la que no paramos de añadir fascículos, cada vez más inquietantes. Ojalá toda la negritud se quedara en la tinta de una novela. Lean, amigos. Pero sobre todo… piensen.
Miguel Nieto es periodista y miembro de Marbella Activa. El Dardo en La Palabra es su colaboración semanal en Onda Cero Marbella.
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