Confieso que le presté poca atención al acontecimiento histórico —uno más— en el que un señor que no es astronauta iba a darse un paseo espacial. Ya veré, me dije, la última excentricidad de otro magnate con ganas de regalarse un capricho sideral. Otros protagonizaron antes gestas parecidas y, claro está, ninguno va a ser menos que el anterior. Batir récords parece tatuado de fábrica en el ADN de los humanos. Más en el de estos terrícolas multimillonarios empeñados en alejarse lo más posible de la tierra. Imposible obviar el despliegue publicitario del acontecimiento, así que sí, supe que Jared Isaacman se había convertido en el primer civil en dar un paseo espacial. Mira, me dije, ya tenemos otro Leonov, como el cosmonauta ruso que en 1965 dio la primera caminata espacial, que así se llamaban entonces: caminatas, no paseos.
Pero, también lo confieso, no había visto las imágenes. Hasta ayer. Bien está que fuera un éxito, que no se le desea mal a nadie, ni tan siquiera a Musk, que es el dueño de la nave. Menos a Jared, el cosmonauta circunstancial, aunque los podridos de dinero despierten pocas simpatías. Hubo gesta pero, la verdad, la verdad, paseo, lo que se dice paseo, no. Lo que se pudo ver fue que se asomó afuera, como quien en una noche cerrada de invierno saca la cabeza por la ventana a ver si el cielo está claro y no hay tormenta. No les niego que la imagen era subyugante. Jared se atrevió a sacar casi el torso. Un busto asomado al espacio, a 1400 kilómetros de la tierra, una distancia nunca antes orbitada. Parecía como un gusano miedoso que saliera de su capullo a la luz; de la nave crisálida, al firmamento. Nos mostró imágenes nunca vistas gracias a una cámara insertada en el casco. Y algo distinto vimos, a veces un poco obnubilado. Jared abrió la escotilla, que lucía como una aseada alcantarilla, y una momia con casco se asomó al vacío, sin soltarse de la barandilla. Y dijo: «En casa tenemos mucho trabajo por hacer… pero desde aquí, la Tierra me parece un mundo perfecto».
A Amstrong, no a Louis, el de la trompeta, le quedó de veras histórico aquello del pequeño paso para un hombre y un salto gigante para la humanidad, pero, en fin, lo de pisar la luna era otra cosa. Aquello sí fue una gesta universal. La del socio de Musk, en una nave que no le era ajena porque en 2021 ya participó en el primer vuelo orbital privado, se trataba de una gesta empresarial. Y, sin duda, comercial. Los protagonistas han hecho hincapié en el logro y en sus experimentos científicos. Sobre todo con el traje espacial, con menos costuras pero que recupera el cordón umbilical de los pioneros, y en el análisis del efecto de la radiación espacial en la salud humana. Sabemos que sin traje no sólo te asfixiarías, sino que te hervirían la sangre y la saliva instantáneamente. Que sería muy doloroso, te saldrían cataratas o produjera infertilidad daría un poco igual.
Turismo espacial, proclaman, pero a mí me da que con esta misión en realidad se le han abierto las puertas a la comercialización del espacio. Al mercadeo total de nuestro cielo. Isaacman abrió la escotilla y se asomó al negocio, que lucía lindo entre la nave y la tierra, que se veía como una tarta por cortar. A gajos. Hasta ahora los precios son siderales, caso de la Virgin que cobra 450.000 dólares por un vuelo suborbital de 90 minutos de ingravidez, y 20 millones si se va a la estación espacial internacional, donde cada noche tiene un plus de 35.000 dólares. Pero, aun así, planean ampliar clientela, cohetes, naves, estaciones, satélites… qué se yo.
El programa que nos llevó a la luna, el Apolo 11, costó 355 millones de dólares. La carrera espacial fue cosa de Estados Unidos y la Unión Soviética en la Guerra Fría. China, India y Europa entraron a rebufo, y ahora llegan las empresas privadas. A la conquista del espacio inicial le debemos el velcro, los microondas y el colchón sin muelles. A la nueva hornada, aparte de enturbiar la atmósfera con miles de satélites, se le conocen pocos beneficios. Miran a la Luna y a Marte. Aspiran a colonizar. Y no hay reglas nítidas. A saber qué quería decir Isaacman con que en casa les quedaba mucho trabajo por hacer. Quizá se refería a ellos, al suyo. Jared también daba la imagen de un artillero en la torreta de un tanque asomado a su mundo perfecto. Una imagen si quieren forzada, pero inquietante.
Miguel Nieto es periodista y miembro de Marbella Activa.
El Dardo en La Palabra es su programa semanal en Onda Cero Marbella.
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