Lo barato vende. El humo también. Lo auténtico es caro, lo esencial también. Aunque la niebla se escurra entre los dedos y dure poco, más bien casi nada, vivimos en una sociedad donde lo importante es consumir cuanto más mejor y siempre algo nuevo. No importa la calidad: hay que alimentar el hambre de consumo. Se multiplican por tanto los perfectos vendedores de humo que conocen a sus clientes y que saben qué les gusta y les pueden comprar: su sonrisa, su cercanía, sus promesas, aunque terminen por durar menos que la niebla que asciende desde el mar hasta la montaña. No importa si dejan tras de si un campo tan desolado como antes. No importa si les engañan una y otra vez como el tahúr con las cartas en la feria. La ilusión no se pierde: es tan esperanzador poder ganar alguna vez, se dicen. Y es tan bonita esa bruma que lo cubre todo con su alfombra de blanco algodón que tapa todo lo que hay debajo. Es tan luminoso ese papel cuché que envuelve un tesoro que queda en nada. A nadie le gustan las miserias y los problemas: le obligaría a actuar, así que mejor lo cubrimos de papel de charol. A los niños les gusta más el papel de envolver que el regalo que oculta. Y así nos tratan, como niños ingenuos e ignorantes que se conforman con más bien poco.
Sigo en plan poético. Me encanta. Siempre he distinguido entre lo bello y lo guapo. La belleza responde a unos parámetros más o menos oficiales que todos aceptamos. Unas medidas en el perfil, el entorno, las formas donde la mayoría estamos de acuerdo y que a muchas les cuesta la vida conseguirlas con dietas horribles. Siempre puede aparecer un Fernando Botero que con sus esculturas rompa los moldes y puede que el profesor nos diga que en determinadas épocas se nos impusieron unos modelos diferentes (Rubens). La tiranía de la moda se impone.También coincidimos cuando decimos que una mujer es guapa porque nos transmite una esencia rica y profunda que nos hace admirarla. A lo mejor no responde a los cánones o los clichés actuales; pero hay una elegancia, una plenitud que nos invade y atrae. Son manantiales que abre la tierra para dejar fluir ese agua limpia, fresca y transparente que se oculta en su interior y nos asombra.
Una “barbie” por contra es bella, pero falsa. A nivel gastronómico un suflé de merengue, que por cierto me encanta, es bello con su superficie quemada y la escultura de sus formas nos hace salivar, pero en su interior solo hay aire. Siempre digo que nuestra ciudad, aterrizo, es una ciudad suflé: o pretenden verla así o la quieren convertir en eso. Bella a rabiar, pero vacía de lo esencial para tener una vida de calidad para sus ciudadanos. Si, a rebosar de plantas de temporada y arbolitos bonsáis en sus macetas; pero talando los árboles centenarios. Con sus bordillos en blanco y celeste. Mucha pintura, flores y policías era el lema. Eso vende.
Siento la rabia del ciudadano que quiere y odia esta ciudad porque, sin embargo, en su interior lo tiene todo: historia, patrimonio, geografía, naturaleza que nos envuelve, hasta una economía boyante. Se nos olvida o quieren que lo olvidemos para quedar convertida en una ciudad escaparate. Una ciudad escaparate que se vende al mejor postor para que se celebre en ella el último certamen o concurso o evento más nuevo; pero que no tiene la infraestructura necesaria. Puede llamarse la ciudad del deporte sin tener instalaciones para sus ciudadanos o tener congresos de medio ambientes mientras tala árboles… Porque lo accesorio es barato, lo esencial no.
Es lo que los ciudadanos quieren, me dicen y los dirigentes lo saben y, por tanto, lo ofrecen año tras año con una sonrisa de oreja a oreja, con palmadas en los hombros y con promesas incumplidas una y otra vez. Porque no nos engañan cuando llevamos décadas funcionando así o como se atrevía a decir aquel payaso alcalde: yo vengo a hacerme rico y os haré ricos también a vosotros. Que importa que tras su muerte aun sigamos pagando sus desmanes, que consumiera todo el patrimonio de suelo, bienes y reservas, dejando una ciudad endeudada. Pero eso sí, dejó una ciudad bonita, dicen algunos. Y el modelo sigue.
Rafael García Conde.
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