Firme, piramidal y consistente para que se deslice sobre la blanca piel del papel sin herir, pero dejando clara la voluntad de quien lo sostiene. Dejarlo que se deslice sin prisas; pero sin ancla, sin miedo ni cortes y que deje una estela que ni la marea de lo cambiante ni la espuma de la actualidad lo reprima. El grafito es blando y duro; pero siempre puede encontrar la goma que lo borre dejando migajas de arrepentimiento pequeñas y negras.
Pasar, no perderse en la comodidad del retiro, no implicarse dejaría el lápiz romo, cuando no escondido en el cajón del escritorio. Sobre todo si ha sido utilizado en cantidad de ocasiones y apenas ha dejado un recuerdo que el viento se llevó o ha encontrado un ataúd amarillento que ni recuerda donde se encuentra. El para qué se ha desinflado y nos ha retirado a muchos a los hobbies inertes y cómodos que no producen roces ni malas caras.
Dejémoslo de lado y la página en blanco. Nadie necesita ese bisturí negro que le abra las heridas que la indiferencia cerró o la cortina negra oculta para no implicarse. Solo podrá producir inquietud y les obligará a pensar, a reflexionar, en lugar de la vida fácil, de esa vida que ya de por sí tiene bastante problemas.
Y si quieres afilar el lápiz, déjalo que navegue por el mundo de la imaginación de las historias negras o sin sustancia que no provocan a ningún lector. “Best sellers” lo llaman, novela negra, histórica o de aventuras que no inquietan en absoluto.
Afilar el lápiz, sin embargo, arrastra el sentido de prepararse para una nueva batalla. Sin enemigos ni oponentes. Con el riesgo de perderla, pero con la necesidad de que contenga todo aquello que te bulle por dentro. A veces no afilamos, sino que amenazamos con hacerlo ante determinados desafíos. Y así respondemos con sacar la punta al lápiz con un bisturí que se adentra en el pasado y descubre misterios, normalmente sucios, que yo también conozco. Dejemos, parecemos decir, las cosas como están y ninguno saquemos punta al lápiz.
No tienes ninguna necesidad, te dices, ni nada va a cambiar: son frases que intentan contener al lápiz y hacen dudar la mano que lo sostiene.
Afilar el lápiz, sin embargo, es una acción de valentía, para otros de desatino, que te lleva a que todo lo enredado intentes ponerlo claro, aunque sea solo para ti mismo.
Que el lápiz se deslice con fluidez depende no de él sino de quien lo maneja. La mente es un sacapuntas frío y delicado mientras el corazón es otro desproporcionado y visceral, y normalmente descontrolado y temible.
El lápiz sabe que no posee la verdad, ni su amo tampoco, simplemente la busca aunque no le guste lo que se encuentra y pueda perderse en un laberinto sin salida: no es el sabio quien lo maneja sino un aventurero que busca la verdad sin miedo y, a veces, sin mucha posibilidad de encontrarla.
Afilar el lápiz es una acción de riesgo, mejor es mantener ese pequeño bastón de madera guardado y sin tocar porque te lanza a la piscina y a veces no hay agua, o hay cocodrilos hambrientos o un viento que te lo devuelve como bumerán envenenado.
Afilar el lápiz con cuidado de no romper la punta porque excesivamente gorda no nos sirve porque es demasiada borrosa y demasiada fina peligra. Los brochazos no descubren lo que la realidad esconde y lo excesivamente fino puede ser hiriente y mordaz. El equilibrio es lo que necesitamos.
Pocos afilan el lápiz, pocos desean pensar y reflexionar sobre la realidad que vivimos y, siempre, resulta más fácil y cómodo leer lo que otros opinan que sacar tus propias conclusiones.
Pocos afilan los lápices viejos y ya muy amputados por el tiempo o el uso; y mejor tirarlo a la papelera.
Lo que puede dar de si una frase cogida a vuela pluma, lo que puede esconder cualquier realidad sencilla y habitual. Lo que hace disponer de tiempo para desentrañar una frase.
Rafael García Conde
Leave a Reply