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Nada hay eterno. Salvo la muerte. Por ahora. Nada de lo que hemos construido durante miles de años para poder convivir, permanece por los siglos de los siglos. Es fácil destruir. Es muy fácil destruir. A cualquier argumento se le puede dar la vuelta. Ya lo demostraron los sofistas griegos en las plazas, defendiendo un día una idea y al siguiente la contraria. Si adoramos al dinero, incluso en las iglesias, ¿de qué nos extraña que los que más tienen se vayan haciendo con el control de los gobiernos?
A fin de cuentas, el dinero se puede traducir en medios para manipular o para destruir directamente. Ejemplos no nos faltan. Sin ir más lejos, en esta ciudad donde habitamos sin que ella nos habite, acumulamos una experiencia reciente sobre la que pienso que hemos reflexionado poco. Sí, hablo de aquel señor que se hizo proclamar alcalde para defender sus inversiones tocándonos la flauta de que con él vendría dinero, mucho dinero, dinero a espuertas para repartir entre todos. Y pensamos que en ese todos podíamos estar nosotros. Y lo votamos. Y lo votamos. Y lo votamos. Después descubrimos el truco: nosotros no entrábamos en el reparto. Demasiado tarde: ya había vendido todo lo nuestro.
Hoy de nuevo vuelve a sonar la flauta del dinero, dinero, dinero. Para dejarle libre el camino, le van dando la vuelta a los argumentos. Los pobres son peligrosos: hay que acabar con ellos. Los mandamos a vivir con otros pobres o los encerramos en cárceles de pobres para que no molesten mucho. ¿Gasearlos? No le demos ideas que seguro que se les ha pasado por la cabeza. Por lo pronto que dejen libre el espacio para poder situar allí un paraíso de ricos. ¿A que ya os lo estáis imaginando? Si no fuera por la crueldad que esconde, sería para reírse. Pero ya no me atrevo: estamos a un paso de una nueva caza de brujas, a un paso de la santificación de Joseph McCarthy. Y en eso también tenemos experiencia.
Paco Cervera es profesor de historia y presidente de Marbella Activa.
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