Los colombianos han filmado hace nada una proa que podría parecer la del Titanic. Pero no, ni es el trasatlántico hundido más famoso de la historia, ni el cineasta ha sido James Cameron. Se trata del San José, un galeón español del siglo XVIII que va camino de convertirse en el tesoro hundido más famoso de la historia, y el video es del gobierno colombiano. Muy interesado en rescatarlo porque, como está en sus aguas territoriales, sostiene que es suyo. Pero el San José, un barco de 40 metros de eslora, que fue descubierto allá por 2015, a 600 metros de profundidad, cerca de Cartagena de Indias, tiene más pretendientes. ¿Saben por qué? Porque vale 22.000 millones de dólares. O más.
Y además de famoso, el San José va camino de convertirse también en el tesoro hundido más grande de la historia de la humanidad. Y en un ejemplo más de la codicia humana. Todos quieren hincarle el diente a su cargamento de doblones, lingotes de oro y plata; y toneladas de joyas y piedras preciosas que transportaba en 1708, cuando los ingleses lo mandaron a pique en la batalla de Barú. Aquí empieza la leyenda del botín submarino más buscado que se recuerda. Los ingleses querían capturarlo sabedores de la carga, pero en un error garrafal cañonearon la santabárbara y mandaron al fondo del mar 11 millones de pesos de la época.
Cuando el pecio fue descubierto hace unos diez años empezó un litigio monumental por hacerse con el tesoro. De una parte Colombia, por sus aguas; y de otra, España, que alerta de que es un barco de Estado, un navío de guerra, buque insignia con bandera patria. En medio, una empresa de caza tesoros americana, que asegura que lo descubrió antes y que le corresponde la mitad; y un grupo indigenista, que reclama su parte porque la plata era de la mina de Potosí, donde explotamos y robamos a los nativos. Con violencia. Con codicia. Si el galeón hubiera venido de vuelta a España cargado sólo de cacao, vainilla, o pigmentos textiles de cochinilla y añil, no se hubiera preocupado nadie. ‘Tesoros ocultos’, así se les llamaba a estos navíos hundidos hasta que los adelantos tecnológicos permitieron descubrirlos y saquearlos. Preocupada por el patrimonio submarino, la Unesco los nominó Bienes de Interés General, que no pueden explotarse comercialmente, que los arqueólogos deben estudiar in situ y dejar los restos inalterados. Colombia lo vio rápido de otra manera. Un museo, esa fue la primera propuesta. Venderlo para enjugar la deuda externa, otra. Compartir el tesoro con la empresa que lo reflotara, otra más. Y acometer por su cuenta la extracción, la última. De actualidad. Acaba de anunciar que el próximo abril empezará los trabajos.
España, que no renuncia a reclamar la propiedad del galeón y su carga, busca una solución diplomática con el gobierno colombiano, que no parece por la labor y que cambió sus leyes ex profeso declarándolo Patrimonio Cultural Sumergido. La empresa Maritime Archaeology litiga en los tribunales porque dice que es dueña de la mitad del pecio, según un acuerdo firmado con el gobierno de Juan Manuel Santos y, además, vindica que lo encontró primero. Los americanos obtuvieron sentencias favorables, pero la Corte de Washington y la Suprema de Colombia le han dado después la razón al país centroamericano. A la maraña de juicios, recursos y demandas se ha sumado la asociación Qhara Qhara, que defiende no ya la propiedad colombiana sino que exige que una parte del botín se destine a los indígenas, que extrajeron el mineral del Cerro Rico de Potosí. Todo argumento parece válido para hacer caja con el cargamento del San José. A la gresca por el codiciado tesoro, tres siglos después el galeón sigue dando que hablar.
Pero en esta historia hay otros protagonistas de los que casi nadie habla. Los muertos. Con el San José se hundió también, se ahogó, toda la tripulación. Grumete abajo, contramaestre arriba, unos 600 marineros a los que el tesoro que transportaban les traería sin cuidado. De estos muertos, que son nuestros, pocos discuten. El galeón más refulgente de la historia es también un cementerio, un túmulo bajo las aguas con víctimas de una guerra, una más, desatada en tiempos de cólera. Muertos que igual, ¿no sé que piensan?, merecerían respeto; que no removieran sus huesos. Aunque, ya se sabe, en las guerras las víctimas son números. Pierden su carácter de humanos.
No sé si les suena a algo que los estados, las empresas y los agraviados se disputen el botín sin reparar en las bajas. Si en el galeón es por la plata, ahora en Palestina pugnan por otro tesoro: el territorio, que se quiere ocupar a toda costa. Aniquilando a inocentes que saben poco de marinería y nunca han tripulado nada, menos aún su destino. Igual les suenan, sí, estos litigios también con cañonazos, santabárbaras y vidas que se van a pique. Pero ahora los muertos se apilan en los desiertos, donde la tierra prometida, que nunca fue tesoro alguno.
Miguel Nieto. Es periodista y miembro de Marbella Activa. El Dardo en La Palabra es su colaboración semanal en Onda Cero Marbella.
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