Nos ha dejado con apenas 69 años. Era periodista. Y hoy deberían haberle escuchado, junto a sus compañeros, en la tertulia de la Ser. Jose Manuel Bermudo murió, casi de repente, el lunes pasado. A los periodistas que tocan todos los palos, que son capaces de manejarse bien en la radio, la prensa o la televisión, que igual valen para dirigir un informativo, para comentar un partido de fútbol, para relatar peripecias de celebridades, entrevistar con agudeza, comandar un magazine, frecuentar tertulias, dar conferencias o moderar mesas redondas se les tilda de periodistas todoterreno. Polifacéticos. Decir que Bermudo era uno de ellos, un trotanoticias al uso, le haría poca justicia porque Bermu, que hacía todo eso y bastante más, fue ante todo un periodista brillante. Brillante sí, un plumilla con talento que nunca se desprendió de su alma de tribulete. Un profesional de largo aliento. Además, Bermudo, mi amigo y compañero del alma, ha sido un portento de generosidad.
Por sus manos pasó el teletipo con el que la agencia de noticias Colpisa anunció la muerte de Franco, pero cuando llegó a radio Marbella, la emisora sindical, lo contaba como un chascarrillo. Redactor de informativos y corresponsal de Diario 16 y de Cambio 16, no poca cosa en aquellos tiempos de marasmo político, de una transición que se pretendió atada con un Arias Navarro al que se le petrificó la mueca de pasmo tras comunicar al país la muerte del dictador.
Aquellos años convulsos, con Suárez y la transición, cambiaron el panorama de este país y la forma de hacer periodismo. La diferencia la marcaron profesionales como Bermudo, que vivieron la llegada de la Democracia como un estallido de libertad… de expresión e información. Había mucho trabajo por hacer, mucho que contar y mucho que vivir. Y tanta responsabilidad…
Les podrá parecer añosa esta referencia pero, a mi entender, aquellos años que parecen época, definieron su profesión, su manera de entender el periodismo, su ansia por contarlo todo y no perderse nada. De no dejar territorio inexplorado. Bermudo era un periodista de vocación que, a partir de ahí, desarrolló medio siglo de profesión marcada por máximas irrenunciables. Se las puedo detallar con conocimiento de causa porque las compartí con él. Primero de su mano, luego codo con codo y más tarde, desde distintos medios, hombro con hombro. Cómplices. Para difundir Noticias. Para explicarlas y contextualizarlas. Para contar, en suma, verdades. Bermudo fue un periodista independiente. Comprometido con los hechos. Ecuánime, que no equidistante. Rara avis en la profesión, no se amilanaba, no aceptaba un no por respuesta y poseía un afán por la actualidad casi enfermizo. Uno de aquellos tipos que salieron de redacciones aguerridas en las que se aporreaban las teclas, las colillas formaban pirámides en los ceniceros, el café nunca era suficiente, se contaban chistes gruesos, se tomaban copas con las gargantas profundas y se destripaba a voces la actualidad. La radio echaba humo, no sólo de tabaco. Las rotativas, también.
Cuando los demás llegaban al quién, qué, cómo, cuándo y dónde, las más de las veces Bermudo ya estaba de vuelta buscando los porqués. Nunca se jactaba de las exclusivas que lograba. El día a día consistía en adelantar noticias. Hasta las más arduas, las que necesitaban de un duro trabajo de investigación, las de abrir noticiarios nacionales o estamparse a cinco columnas, quedaban atrás rápido. No había tiempo para sacar pecho porque otro aldabonazo estaba en camino. Bermudo le echaba agallas y su mayor satisfacción pasaba por las historias que zarandeaban conciencias. De desvelar corrupciones, desgobiernos, escándalos judiciales y trapacerías de todo tipo andaba sobrado. No recuerdo que le cogieran en ningún renuncio.
Era temible cuando se ponía colérico. Mantuvo siempre la capacidad de cabrearse, de indignarse. Lo que para muchos era exceso yo lo viví como un rasgo de lealtad consigo mismo y con su profesión. Pero Bermudo era más reconocible en su ironía, por su sagacidad, por su intuición y por su enorme capacidad de trabajo. En aquella radio no se paraba nunca. Boletín matutino con las claves del día, cuatro horas de magazine, el diario 13.20 —antes pregón—, tarde de contactos y grabaciones, noches de música y palabras, conexiones con verbenas de barrio y fiestas de la jet y, no contento con eso, parió, parimos, un informativo colosal. A la medianoche. Una máquina de primicias.
Quiero recordarlo así, en medio de aquella barahúnda, cuando todo tiempo de radio, toda página de periódico, se le quedaba corta. Ya que estamos, ya que estuve, me gusta recordarlo con esa celeridad pasmosa para redactar y parir ideas, con esa capacidad para que se entendieran las cosas que contaba, con su desparpajo y capacidad paraimprovisar ante el micrófono. Quiero recordar y reivindicar aquellos informativos, que de marcha militar pasaron a abrirse con sintonía de Alan Parsons, esa ‘La Mañana’ que poníamos a bailar a ritmo de Spyrogira, o esos exteriores donde celebrábamos la verbena del Carmen transmitiendo desde una traíña en plena faena. Con Bermudo la casa de la radio era tan de todos que hasta los compañeros ayunos de grabaciones, que llegaban tarde o no podían acudir a ruedas de prensa, encontraban allí amparo. ¿Cuántos cortes de voz, cuántos «anda, ven acapacá y apunta..» en su haber? ¿Cuántos consejos dio? ¿Cuántos teléfonos y contactos facilitados? ¿Cuántos favores a la competencia? ¿Cuántas orientaciones a los enviados especiales, a todos? ¿Cuánto afán por no dejar nada ni a nadie desatendido? No he conocido un periodista menos pagado de sí mismo. Cuánta generosidad. Y cuanta alegría, porque Jose Manuel era también un tipo extremadamente divertido.
A mí me cupo el orgullo de ser su compañero, su íntimo amigo, cómplice en esta profesión que tanto honró. Nadie debería olvidarlo porque periodistas como Bermudo, conocerán pocos. No deberían olvidarlo sobre todo los que ahora comienzan, o trabajan como pueden —o como no deben— en este oficio cada vez más denostado, desdibujado, afásico e inocuo de pura vacuidad. Los que le conocieron saben bien de lo que hablo. Porque estuve. Porque estoy. Pero ya ven, Jose Manuel Bermudo Bonilla se nos ha ido. La única traición que le conozco y no le perdonaré. Adiós, maestro.
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