Poco hemos aprendido de la experiencia de la pandemia, poco, o casi nada.
Si miramos hacia atrás parece que estamos hablando de la prehistoria: toda una sociedad respondió al unísono, encerrándose en casa: disciplinada y obediente. Sería por el miedo, por la solidaridad o por el sentido de la responsabilidad que nunca tuvimos a gala. Siempre se nos acusó de individualistas y de no pensar en lo público, en el bien común. Esa vez no fue así.
Todos juntos aplaudimos la labor de los sanitarios a la ocho de la tarde. Sí, de esos sanitarios que ahora hacemos responsables de la tardanza en las citas y operaciones o de la masificación que padecemos en la consulta. Las agresiones se multiplican contra un colectivo en nada responsable de lo que sucede. El poder autonómico sigue desviando a la sanidad privada fondos y servicios y la única respuesta ciudadana es hacerse seguros médicos privados y criticar a médicos y enfermeras. La imagen de aquellos, son los mismos que ahora, que, enfundados en trajes espaciales se estuvieron jugando la vida, parece haber muerto en el reino del olvido.
Es llamativo lo que sucede con la sanidad; pero no es exclusivo, aunque sea alarmante y significativo.
Se ha hecho ya habitual hablar de una sociedad enfangada. Es una evidencia que la sociedad no se ha polarizado, se ha crispado, mejor dicho, y se ha vuelto más violenta. El deterioro de la política responde solo y exclusivamente al de la ciudadanía: si no vendiese el insulto, la calumnia y la mentira nadie se dedicaría a propagarla. Es el ansia de poder y el nulo respeto hacia los demás lo que nos lleva a ver normal este ambiente crispado. Y no todos son responsables y en la misma medida. No existe la equidistancia, ni tú también, ni tú más.
Somos los ciudadanos los que debemos ejercer nuestros derechos. Asociándonos y defendiendo aquello en lo que creemos, hablando menos en los bares y dedicándonos a poner nuestras reclamaciones y protestas a través de los medios que las oficinas de consumo nos ofrecen.
Tengo que reconocer que el pasado me vuelve, pero eso es normal si sirve para aprender y no para contar historietas de abuelos aburridos. Pasó a la historia aquellas primeras corporaciones democráticas donde la crítica existía con pasión y a veces, muchas, con excesos. Pero siempre manteniendo las diferencias en el mundo de las ideas, de la gestión y estrategia, pero nunca en el ataque a la persona. Me lo recordó también el homenaje del domingo pasado a Manuel López. Hombre honesto, de ideas fijas, pero integro y amable con quien tuve fuerte enfrentamientos ideológicos y amistad al mismo tiempo. El respeto a la persona era una línea roja, como se dice ahora, y que nunca se sobrepasaba.
Y, por cierto, los medios de comunicación alguna vez deberán asumir su responsabilidad: no todo vale para conseguir aumentar la audiencia. Ellos, como nosotros, sabemos que lo malo vende. Y no se puede poner el micrófono a cualquiera, ni confundir información con opinión, ni informar sin contrastar ni investigar lo más mínimo.
La responsabilidad última es de la ciudadanía: si no se leyera, escuchara ni votase, repito, a quienes actúan así, otro gallo cantaría.
Podemos contemplar la realidad que nos envuelve con ojos de abejas que buscan el polen y lo beben y transportan u ojos de moscas que buscan la mierda con la que se alimenta. Si buscas, siempre encuentras.
Rafael García Conde.
Leave a Reply