La exactitud de las palabras nos facilita la comunicación. Sabemos de qué hablamos o lo confundimos o tergiversamos. En especial las palabras comunes y generalistas se aplican sin mucho sentido. Por poner un solo ejemplo: ¿qué significa la palabra tío dicha a algún compañero o camarada? Cada vez utilizamos más palabras sacos donde todo cabe y nos evitan el esfuerzo de buscar la adecuada.
Sirva este preámbulo para entrar en dos palabras que se utilizan como sinónimas cuando no lo son: radicalismo y extremismo.
Radical es una persona que busca en su discurso la raíz de una situación o problema. Las raíces están en la profundidad, no son superficiales y por supuesto no están a la vista. Se prestan a discusión. El radical no se queda en la superficie y, como buen explorador o arqueólogo, investiga las bases, las columnas, la infraestructura que mantiene una situación, la provoca o la manifiesta. En la oscuridad y entre tierra se esconden. El radical duda y no se encuentra seguro de estar en la verdad.
Por contra, extremo es lo que se encuentra en el límite. “Non plus ultra” decían los romanos para indicar la línea tras la cual estaba el abismo. Extremista en política es quien se encuentra en el extremo derecho o izquierdo. Con una posición inamovible y segura, mueve su bandera, cuando no golpea con ella; pero nunca para convencer sino para excluir y defender su colina de las huestes enemigas. Muchas veces de forma violenta. Un reloj de cuco parado en un extremo. Sin movimiento. Aterricemos aún más.
Quiero traer dichas diferencias sobre cosas más cercanas. Hay un debate que se alarga más y más, sin fin, y que solapa otros intereses. Me refiero a nuestras playas y, por supuesto, su forma de defenderlas, embellecerlas y adecuarlas a la principal fuente de riqueza de nuestra ciudad. Y como corolario de nuestras playas, los espigones artificiales como instrumento de mantener la arena. Debate social, político y económico importante.
¿Cuál es la raíz esencial de nuestro problema? Pues algo sencillo y claro: que no tenemos playas en los núcleos urbanos por una sencilla razón, repito, sencilla: edificamos encima.
Los mayores nos recuerdan que edificios como “El Mediterráneo” o “El Skol” están edificados sobre las playas. Nos las comimos en su momento. Y las actuales son artificiales y robadas a la mar que se niega a ello.
Hay una frase entre los marengos que define la situación: lo que tú le quitas a la mar, la mar te lo robará tarde o temprano y lo que tú tiras a la mar, la mar te lo devuelve.
No es cuestión de cuánta arena repongamos ni de qué delta de río la saquemos o de dónde están los fondos marinos para esas dragas incansables, o de qué color son, no. Tendremos que reponer una y otra vez con un gasto desmesurado para una temporada. El viento de levante o de poniente ayudará a la mar amiga para llevarse lo que es suyo. Nos guste o no. Las mareas juegan con la arena y las corrientes marinas también tienen algo que decir. Los espigones juegan al escondite con la arena. Lo que un lado acumula, el otro queda descarnado a no ser que crees un espigón horizontal que viene a ser un muro de piedra para aprisionar la arena para que vaya y venga entre ambos muros. El debate está abierto. Sin intereses espurios para conseguir prebendas, sin extremismo; pero sí con análisis radical previo: escuchar a los especialistas de la mar. De entrada, yo no sé cuál es la mejor solución.
Por otro lado, nuestros desechos que mandamos a la mar, esta nos lo devuelve aparte del daño causado. No importa si los tubos evacuan más en el interior de la mar o menos: tardará más o menos; pero, al final, lo tendremos de vuelta. Esa es la raíz. Y ya deberíamos haber aprendido que la única solución es depurar y depurar.
No aprendemos. Si no hacemos un estudio en profundidad de mareas, corrientes y, sobre todo, experiencias de año tras año, seguiremos repitiendo las falsas soluciones que voceros interesados por escalar y conseguir y mantener un puesto de trabajo nos repiten una y otra vez.
Rafael García Conde.
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