Nieblas
Hacía tiempo que no vivíamos un taró así, una bruma de ida y vuelta, que va y viene, que aparece sólida y que al rato se repliega en hilachas en una suerte de juego del escondite del que desconoces sus reglas. Porque lo que suele ser habitual es que el taró llegue algunos días de verano especialmente calurosos, que amanecen con su manto de gaseosa blanca y que al mediodía se abren a un sol de sudar la gota gorda. Pero este viernes pasado no fue así.
Este fin de semana el taró se nos apareció denso y juguetón. Con ganas de confundir hasta el punto de que los edificios, las calles y el rastro de las gentes aparecían y desaparecían de improviso. En cuestión de instantes. Salías a pasear con un cielo cubierto, sin poder ver tres losetas más allá, y, al doblar la esquina, se desvanecía y regresaba la primavera que está siendo este otoño. La engañifa del taró duró todo el día aunque nos dejó las mejores imágenes por la tarde. A la par que la torre de la iglesia de la Encarnación parecía una acuarela difuminada, la del faro se eclipsaba y sus haces de luz no creo que pudieran verse más allá del dique del puerto, donde ululaba la sirena de niebla como si fuera el Cantábrico.
Hacía fresco y daba gusto salir. Las farolas tamizaban una luz donde el paseante se confundía en sombra. Parecía que caminabas sólo pero, enfrente, la bruma sonaba a un jolgorio que no veías hasta que una pandilla de chavales se te aparecía perreando. Algunos confunden el taró con la niebla, con el mar de nubes de territorios altos en los que desaparecen los prados y caseríos.
Una visión semejante tienes cuando despegas en un día encapotado, el avión penetra entre cúmulos que casi palpas y, adquirida altura, quedan debajo como una medusa gigante que descarga tentáculos de lluvia a los que ya eres ajeno. Otras nieblas son famosas y pérfidas. Pueden llegar a ser hasta asesinas. Ninguna como la de Londres, aunque su letalidad va más allá de Jack, el destripador que ejecutaba prostitutas en un barrio turbio.
En Londres no tienen más niebla que en las altas tierras de Escocia, pero el mito perdura. Ahora se cumplen 71 años de ‘La Gran Niebla’ —’The Great Smog’—, cinco días de diciembre en los que murieron 12.000 personas.
El smog, una mezcla de humo y niebla, se cebó con la metrópolis de la Revolución Industrial. La insania del aire de Londres venía de lejos, de cuando la llamaron ‘El Gran Hedor’ por la peste que sacaba el Támesis de sus entrañas. ‘Puré de guisantes’, por su cielo amarillento.
Pero el ‘Gran Smog’ fue otra cosa. Una barometría inusual concentró en la atmósfera las 3.000 toneladas diarias de humo y dióxido de carbono que emitían fábricas y calefacciones a carbón. El aire no era amarillo, sino negro: tiznaba y ahogaba. La nube tóxica tenía también una alta concentración de dióxido de azufre; o sea, lluvia ácida. Se coló en los teatros —en los que no se veía el escenario y no te podías distinguir ni los pies— y en los hospitales, donde asfixió a los enfermos en sus camas. Tras la tragedia, aprobaron una Ley del Aire limpio que fue todo un hito. Nieblas asesinas hubo y hay muchas. En Mariúpol, aparte de la guerra, las fábricas de hierro y acero tiñen el cielo de naranja y llueve seco: hollín y ceniza. En China e India también sufren alarmas por contaminación del aire. A veces se escapa de alguna fábrica. De nubes radiactivas, como la de Chernóbil, mejor ni hablar.
Pero el taró es otra cosa. El taró es, más allá de los problemas de visibilidad, una bendición. En verano regala frescor —aunque luego desbarranque en bochorno—, y por estas fechas algo de intriga. El taró es el aliento del mar hecho carne. Se acepta bruma marina como sinónimo, pero la definición técnica se queda corta. Le falta duende. El taró es vaho de sal que, casi inadvertido, acampa mudo en la ciudad. Es como una gasa de porosidad dudosa, una venda infantil que nos invita a soñar con un mundo trastocado y, por qué no, a jugar a la gallinita ciega.
Miguel Nieto es periodista. Este artículo forma parte de su sección en Onda Cero Marbella ‘El Dardo en La Palabra. Te adjuntamos su podcast.
Leave a Reply