Compartimos este artículo de José Federico Barcelona, ganador de nuestra VI edición del concurso de relatos y nuevo socio de Marbella Activa, publicado en la web de la editorial malagueña Pálido Fuego (entrar), que acaba de reeditar la obra de teatro del autor checo Karel Čapek La peste blanca. José Federico nos brinda un lúcido análisis que nos invita a reflexionar sobre una obra distópica que, pese a estar escrita en 1937, cobra una especial vigencia en este año de 2020 azotado por el virus COVID-191. Karel Čapek está considerado el mejor escritor checo de la primera mitad del siglo XX.
Pálido Fuego. Noviembre 2020.
https://www.palidofuego.com/la-peste-blanca-karel-capek/
Recientemente, en septiembre, la editorial malagueña Pálido Fuego ha tenido el acierto de reeditar la obra de teatro del autor checo Karel Čapek La peste blanca(Bílá nemoc, enfermedad blanca, en su idioma original),publicada por primera y única vez en castellano por Ediciones Españolas en 1937, el año de su aparición y estreno en Checoslovaquia. El libro se puede adquirir a través de la web de la editorial (www.palidofuego.com, colección éLITe).
La obra de Čapek no ha pasado desapercibida en el año del coronavirus, siendo citada aquí y allá con comentarios y titulares que destacan la actualidad, la vigencia, las resonancias, incluso su condición profética en nuestros días con el mundo asolado por el virus COVID-19[1].
Además de algunos méritos literarios menos nombrados, el valor de la obra ha sido estimado en estos momentos por su capacidad de brillar desde el pasado en nuestra experiencia presente causada por la pandemia. Y con razón. Las similitudes se proyectan en no pocos detalles formales y en varios niveles textuales.
En La peste blanca, un virus desconocido se propaga por todo el mundo con inusitada rapidez y capacidad de contagio por contacto humano. Su origen es China; también se le conoce como el síndrome de Cheng o lepra de Pekín. Se trata de una plaga incurable que está expandiéndose y ocasionando millones de muertos, enfermos y portadores, cebándose y diezmando a la población de mayor edad sin afectar a los jóvenes. Una enfermedad para la que no existe tratamiento ni vacuna eficaz, aunque se investiga intensamente en todo el mundo.
Es indudable que estos elementos del argumento calzan como un guante en la situación que vivimos en estos momentos. Pero aun siendo coincidencias extremadamente llamativas, ¿se expresan con tanta fuerza las afinidades de fondo entre la obra de Čapek y la realidad que vivimos como para ser calificada de gran profecía inesperada, revelar sorprendentes resonancias políticas y culturales o mantener su vigencia intacta casi 75 años después, para calificar el calado de las similitudes como escalofriantes, o para pensar estar hoy a riesgo de cometer los mismos errores que nos descubre la obra? Merece la pena tratar de averiguarlo. Tanto por comprender, si es así, en qué hechos, cómo y en qué grado se está repitiendola historia, como por reflexionar una vez más, y serán pocas, sobre la experiencia y las consecuencias de la pandemia que sufrimos.
El drama se desarrolla en un país que el autor evita nombrar, pero que a todas luces es la Alemania de la segunda mitad de los años treinta del siglo pasado. Un Estado bajo el gobierno autoritario de un líder, el Mariscal, que se dispone a invadir de forma inminente a su vecino para anexionárselo (se adivina, claro, que es Checoslovaquia), y en el que la preocupación de los gobernantes no es la salud ni la muerte de mayores de 50 años, la mayoría pobres, que se está produciendo, sino la preparación de la población para la guerra, la organización militar y la producción de armamento a máxima velocidad en las fábricas del potentado Barón Krüg, amigo íntimo del líder (recuerden a la familia Krupp). En esta situación, un médico de nombre Galeno,que por imperativo ético solo trabaja entre la población pobre y necesitada, descubre una cura, un tratamiento infalible que sana a sus pacientes pobres en pocas semanas. Galenohace una propuesta asombrosa al director de una clínica de postín y gran renombre del país, el Doctor Sigelius, médico y científico tan afecto el régimen como a la fama y al dinero: sin revelar el tratamiento, curará en la clínica a los pobres que sean ingresados y hará lo mismo con los ricos y poderosos, siempre que ellos, y el mismo Dr.Sigelius, logren del Gobierno detener la guerra y, más aún, todos ellos consigan que los grandes países del mundo firmen una paz universal.
Con este radical y elevado planteamiento, la obra desarrolla, a mi juicio, sus aspectos más interesantes, que se engloban en la esfera de la política y la democracia, de las conductas y éticas sociales, y del prestigio de la razón y el conocimiento científico.
Karel Čapek (1890 – 1938), tal vez el escritor checo más importante del crítico periodo centroeuropeo de entreguerras, declarado humanista, activista político, antibelicista y demócrata, cursó estudios en la Universidad Carolina –Karlova–de Praga, en la Humboldt de Berlín y en La Sorbona. Traductor, periodista, fotógrafo, realizador, dramaturgo y novelista (entre otras, de originales obras de ciencia ficción e infantiles) fue un intelectual de amplia formación y diversos intereses. En su obra teatral R.U.R.(Robots Universales Rossum, 1921), en la que reflexiona y defiende el desarrollo tecnológico al servicio del bienestar humano, introdujo por vez primera el término robot (del checo robota, “trabajo pesado”, y del eslavo antiguo rob,“esclavo”). En su momento, el éxito de R.U.R.fue enorme, representándose en las principales ciudades de todo el mundo, entre ellas, Barcelona (1928) y Madrid (1930). Su obra narrativa más famosa es la distopía La guerra de las salamandras(1936).
Amigo e interesado por España, en 1930 publicó un librito titulado Viaje a España. Antifascista, profundamente preocupado por el negro devenir de Europa en la segunda mitad de los años treinta, estremecido por nuestra guerra civil, en 1938 escribió el drama antibelicista, desarrollado en España, Matka,La madre, en el que desde la complejidad y el énfasis contra las guerras asume que a veces hay que luchar para defender la libertad. Autor de su tiempo, influido por el expresionismo, volcó su talento literario en una escritura política orientada a la reflexión y denuncia de los problemas de su época y el sufrimiento humano ocasionado, en donde la construcción profunda y compleja de personajes queda descuidada y relegada por la trama general.
En 1937, poco antes de la ocupación de la zona fronteriza de su país (los Sudetes) por las tropas de Hitler, se estrena La enfermedad blanca, Bílá nemoc, drama en tres actos por el que recibió ese mismo año su segundo Premio Nacional de Literatura. En él, ya sabemos, recurre a un virus letal para desarrollar una espléndida alegoría del nazismo, “dejando claro en el prefacio que la pandemia de su obra es una metáfora de la lepra moral que está carcomiendo la civilización humana” (Vaclav Richter. Radio Praga Internacional), “una metáfora que nos comunica la amenaza de la barbarie” (Susan Sontag. La enfermedad y sus metáforas). El mismo año del estreno, la obra de teatro se llevó al cine con el mismo título en una versión realizada por el cineasta y actor checo Hugo Haas (https://zoowoman.website/wp/movies/skeleton-on-horseback/).
Čapek, traslada a las obras de su última etapa (La guerra de las salamandras, La madreo, en el caso que nos ocupa, La peste blanca) el sentimiento de desesperanza que ha empapado su subjetividad, y desarrolla en ellas una visión pesimista de la deriva de un mundo con señaladas autoridades y destacados poderes despreocupados de su obligación de promover efectivamente y sin trabas el bienestar general en sus sociedades y de la humanidad, la solidaridad y el entendimiento entre ciudadanos y entre estados; denuncia a unos gobiernos dirigidos por líderes megalómanos de ambiciones expansionistas, y pone en evidencia a una parte significativa de la sociedad que escolta distraída o embobada o fascinada el desfile de manifestaciones políticas autoritarias, populistas, nacionalistas y belicistas, y lo hace entregada a la cultura del prestigio económico, al culto a la riqueza de las cosas y al fatuo brillo social, y al calado de la xenofobia y la aporofobia.
Como en las descripciones de Čapek, en nuestra época, es reconocible desde hace años el auge en países de la Unión Europea, en EE.UU., Brasil, Rusia, China e incluso Reino Unido, por señalar algunos muy relevantes, de gobernantes, líderes políticos y organizaciones de ultraderecha con características comprendidas en esas representaciones: autoritarismo, populismo y nacionalismo. Si, como es obvio, los años treinta y cuarenta del pasado siglo y nuestro presente no pueden representarse como duplicados, las corrientes subterráneas que agitaron aquella época y las que recorren esta sí guardan relaciones comparables. Aquellos y los nuestros son acontecimientos diferenciados pero, a la vez, dejan ver tendencias emparentadas, como por ejemplo: las que falsean o ponen en cuestión la verdad, los hechos demostrados e incluso la posibilidad de demostración de los hechos; o aquellas que desprecian la política y la democracia (imperfectas y mejorables, sí) como instrumentos para la convivencia, para la deliberación, la discrepancia y el diálogo, incluso como mecanismo de alternancia en el poder (Trump, Putin). Es imposible ignorar, por otra parte, el aumento de la animosidad contra los extrañoso losotros, en nuestro caso la inmigración, quienes se proponen vivir entre nosotros huyendo de la pobreza, la persecución o la guerra; o la forma de atribuir culpas y males a los inmigrantes y refugiados, dianas del cuestionamiento de nuestra riqueza y orden moral.
Es cierto que, salvo en algún caso muy concreto, no hay todavía datos evidentes generales que avalen que el paso de la pandemia y su gestión esté favoreciendo el crecimiento de una extrema derecha que ya se había desarrollado en muchos sitios (el problema venía de antes), pero tampoco hay una tendencia que se asegure definitiva que indique que vaya a ocurrir lo contrario como consecuencia de lo que estamos viviendo. Es posible que cuando lo peor haya pasado el rechazo a la inmigración, la seguridad del marco nacional-estatal, el grito de “nosotros primero”… tendrán su espacio y su juego y no será tan fácil contener nuevos avances de quienes alzan estas banderas, porque son síntoma de una enfermedadmás grave y no un pasajero dolor de cabeza (valga la metáfora, como en el caso de La peste blanca). La necesidad de cooperación internacional en todos los sentidos (salud, economía, educación, medioambiente…), la solidaridad y ayuda de los países más ricos a los menos y a los pobres y, dentro de cada país, la solidaridad del Estado con los necesitados ante la durísima situación laboral y económica que ya vivimos y que seguiremos padeciendo durante tiempo, será más necesaria que nunca. Si los partidos de derecha democráticos y moderados no reaccionan positivamente ante esta situación, y se dejan presionar y desplazar por el vocerío populista antidemocrático de la extrema derecha, nos adentraremos en un infierno.
Señalaba unas líneas más arriba la extensión relativa en la sociedad de las ideas de negación de los hechos demostrados, o de la capacidad de la ciencia para hacerlo. A veces basta para ello una respuesta simple, muy al uso del más ramplón relativismo posmoderno: “Pues yo no pienso así”, y queda zanjada una discusión en donde la existencia de los hechos probados deja de tener valor alguno y de ser la medida de los argumentos frente a una vaga opinión, un parecer personal, gusto o moda. No hace falta probarlo, basta con creerloo con sentirlo. Y en eso radica la fuerza en la que depositar la confianza. En otras ocasiones, como está ocurriendo ahora a diario, los argumentos se tejen con los hilos de disparates fabulosos y teorías conspirativas o con evidencias pseudocientíficas, o se entregan a la capacidadde la naturaleza humana para vencer la enfermedad. La existencia de cierta parte de la sociedad que está encontrando una oportunidad de descollar entre la angustia y la incertidumbre que trae esta crisis, negando las evidencias acreditadas o señalando acusadoramente la lentitud e “incapacidad” de encontrar soluciones de la ciencia, y disparan (disparatan, mejor) contra la línea de flotación de la cultura de la razón y el conocimiento científico, es notable. Y lo es más porque sus voces se ven avaladas por las de líderes y dirigentes como Trump, Bolsonaro, el Boris Johnsonprecontagio, Putin, etc., que influyen en millones de personas (a escala doméstica, contamos con Ayuso); autoridades que programan sus intereses y futuro político con bravuconadas y disparates al son de la música chirriante que producen las orquestas del irracionalismo y el negacionismo.
También en La peste blancade Karel Čapek encontramos ejemplos de comportamientos semejantes. Tanto de la negación de los hechos, como del papel representado por esos malvados fanfarrones camorristas que hay al frente de algunos países tan trascendentales para el devenir de toda la humanidad. Topamos, en la obra, con una situación manifiesta cuando, ya con una cifra de cinco millones de muertos en el mundo, un personaje apostilla: “…todo ese ruido sobre la lepra no son más que monsergas … los periódicos lo convierten en catástrofe … Tonterías. Puro pánico…”. O cuando, en una actitud que hemos visto estos meses tantas veces en Trump y Bolsonaro, el máximo gobernante del país, el Mariscal, sella un compromiso de fabricación de armas con un apretón de manos, aún sabiendo que su interlocutor tiene la enfermedad: “No me asusta Krüg. Si empezase a tener miedo, dejaría de ser un líder. ¡La mano, barón Krüg!”, dice el Mariscal.
La confianza en la ciencia, en realidad en el conocimiento científico y la razón sensible como sustento de cultura de convivencia social, son asuntos muy delicados que pueden verse afectados por la pandemia. No cabe tener una actitud pasiva o descuidada frente al irracionalismo o el relativismo. Por una parte, el debate sobre la ciencia, su papel y su credibilidad está más politizado que nunca (hallamos también un reflejo de esto en La peste blanca), y eso enturbia la confianza en los expertos. En nuestro caso, se busca obtener ventajas políticas (votos, reforzar el propio campo, minar al partido contrario) atacando con mis propios datos científicoslas medidas avaladas por los comités científicos del contrario cuando denuncian descontrol y defienden más restricciones y confinamiento; se alteran y manejan datos y pruebas médicas y científicas para obtener resultados que favorezcan a unas posiciones ideológicas ultraliberales en el debate sobre el rigor ante el aumento de los contagios; se defiende ruidosamente como libertad la ausencia de normas colectivas eficaces de protección de la comunidad… Por otra parte, algunos medios, y sobre todo las redes sociales que hoy en día ya son seguidas por tantas o más personas que los medios de información serios, están siendo, desgraciadamente, autopistas de circulación de alarmismo unas veces o relajación otras, altavoces de información-basura y tóxica, tribunas de charlatanes que dan al público que los sigue lo que quiere escuchar, ya sean soluciones inmediatas o críticas triviales contra los estudios más elaborados y los consejos sensatos.
Es posible que al final de esta pandemia, cuando tengamos una vacuna fiable que llegue hasta donde haga falta, la ciencia mantenga su prestigio y no se vea muy dañada por el irracionalismo y la mezquindad de algunos líderes y partidos políticos; incluso sería beneficioso que lo científico perdiera esa imagen de infalibilidad que se le exige para resolver todos los problemas, y se situara en su realidad de ser sencillamente la mejor herramienta que tenemos para poner luz en la oscuridad, para ayudarnos en la enfermedad, con el medioambiente y con muchas necesidades humanas. Pero, como también pensaba Čapek (sobre todo en R.U.R.), para ello son necesarios los seres humanos que crean y defiendan esa capacidad y cometido, y lleven a cabo las políticas que las implementen. Hoy se nos pide estar muy vivos y activos en este debate.
Por último, hay en La peste blancaunos pasajes que alertan sobre un problema esencial en las sociedades donde vivimos, tan segmentadas por abundantes estratos generacionales debido al aumento de la esperanza de vida. Me refiero a las conductas que afianzan o debilitan la cohesión interna, generando solidaridad o insolidaridad entre generaciones. Ya señalé que, en la obra, la enfermedad y su letalidad afecta solo a los mayores de 50 años. Por debajo de esa edad, no hay virulencia, no hay enfermedad. Este tema zigzaguea por las páginas del libro. Unas veces como competencia y movilidad dentro del mundo laboral (el deseo de que la enfermedad contagie a un compañero de mayor edad para acceder a su puesto); otras veces como una puerta abierta hacia el futuro en un mundo sin trabajo ni perspectivas para los jóvenes.
Karel Čapek retrata con la mayor naturalidad una sociedad lastrada hasta la deshumanización por la contradicción entre vejez y juventud, cuando estos últimos se muestran insensibles hasta el punto de hablar sin compasión de la muerte de sus mayores para tener ellos un futuro: “¿Por qué ataca a los de cincuenta? ¿Por qué a ellos” / “Muy simple, papá. Para dar a los jóvenes una oportunidad, haciéndoles sitio (…) Hoy en día, a los jóvenes les cuesta horrores abrirse camino. No hay trabajo para todos…”. Terrible, ¿verdad?. Pues algo parecido mantuvo Dan Patrick, vicegobernador de Texas, durante la primera oleada del virus al criticar el confinamiento justificando que los abuelos deberían estar dispuestos a morir para salvar la economía de sus nietos.
El último informe del Consejo de la Juventud de España, Juventud en riesgo(Octubre 2020), hace un análisis de las consecuencias socioeconómicas de la pandemia sobre la población joven, y asegura que dos tercios de personas jóvenes no tienen empleo, y un tercio de quienes sí lo tienen corren el riesgo de perderlo. El informe concluye que la juventud es el colectivo social que ha sufrido con mayor intensidad los efectos de la crisis económica tras el confinamiento.
En su breve ensayo Pandemocracia(Galaxia Gutenberg. Mayo 2020), Daniel Innerarity dedica un capítulo a este asunto, titulado La crisis de las generaciones. En él, con inteligencia y razón, defiende la revisión del contrato que sustenta nuestras modernas sociedades. Este contrato, dice, no debe tomar a la sociedad como un todo único ni ser solo entre miembros de una generación, sino que debe equilibrar a quienes (como en el caso que nos ocupa) tienen intereses temporales distintos y unas motivaciones diferentes a la hora de preocuparse por el futuro.
Cuando las consecuencias de la pandemia se han dado con letal virulencia entre los ancianos y ancianas, hemos recibido unas informaciones que, con poca fortuna, a veces contenían un mensaje subliminal que podía entenderse como tranquilizador: “solo afecta gravemente a los muy mayores”. Al contrario del personal sanitario, con quien se ha desplegado una merecida campaña que ha logrado en la mayoría de la sociedad una colosal empatía, desgraciadamente con los ancianos no ha sido así, o no lo ha sido tanto. Los ancianos han sido muchas veces la más cruda expresión del miedo a la pandemia: eran los muertos; durante estos meses han sido un arma de disputa política, y esto tampoco crea buena imagen. Pocas cosas han facilitado una masiva empatía intergeneracional, y menos entre las generaciones más lejanas, las más jóvenes con las de mayor edad.
Ninguna generación está representada por unos rasgos homogéneos que engloban a todos sus miembros. Al contrario, cada generación suele ser diversa interiormente. Pero todas terminan siendo reconocidas, incluso nombradas, por unos rasgos diferenciales que se producen y elaboran por distintos motivos: un contexto histórico muy destacado, unos cambios en esferas sensibles, como la sexualidad, varias de estas cosas a la vez… Por explicarlo mejor: la mayoría de los jóvenes de la década que va desde la mitad de los sesenta hasta la mitad de los setenta del pasado siglo en España, no fueron politizados militantes y activistas antifranquistas, no conspiraban en célulasy reuniones clandestinas, no asistían a las manifestaciones ni se enfrentaban alos grises, ni siquiera la cultura interna de la clandestinidad era demasiado democrática (era muy difícil serlo en condiciones político-sociales no democráticas). La mayoría no era así. Pero lo que ha quedado en el imaginario colectivo como rasgos más reconocibles de toda aquella generación es eso: la generación de la cultura antifranquista y la democracia. Como conjunto, hemos pasado a estar distinguidos por esos atributos, y eso se incorpora a la mentalidad general que nos hace identificar y comprender un tiempo.
Es obvio que durante estos tristes últimos meses de la pandemia, no es la totalidad ni seguramente la mayoría de los jóvenes quienes salen a las calles poniendo a diario en peligro la lucha contra el virus, ni se ríen de los consejos y normas, ni juegan a despistar a la policía, ni hacen del divertimento y de ese peculiar ocio de borrachera y riesgo un rito incontenible, ni luego vuelven a sus casas e irresponsablemente se mezclan con sus padres y abuelos como si tal cosa. La mayoría, no. Pero la cultura de la irresponsabilidad y desprecio del bien común que exhiben con sus actos, en una cultura general de por sí fascinada por el exhibicionismo, es tan triste y lamentable que puede estar agrandando una brecha cultural insalvable a corto y medio plazo entre generaciones, y no solo entre conductas y concepciones de éticas públicas y de convivencia.
El problema no es pequeño, porque se quedará prendido en el proceso de madurez de unos grupos generacionales sin mucho futuro y, lo que empeora las cosas, con una cultura política escasa o inexistente y en no pocos casos nociva y peligrosa. Algo que parece deducirse, además de la observación, de la reciente encuesta promovida por la Plataforma de Medios Independientes(Octubre 2020. 40dB. Belén Barreiro), conocida como Encuesta Monarquía 2020, cuando destaca la caída del apego a la democracia entre los jóvenes de 16 y 17 años: un 65,7% valora entre 6 y 10 puntos la importancia de vivir en democracia, casi veintitrés puntos por debajo de la media (88,2%), y el 15% de esa franja de edad no sabe valorar si es importante vivir en democracia. Esos jóvenes podrán votar dentro de uno o dos años.
Como señalé al principio, tres amenazas de fondo se replican en el mundo dibujado en La peste blancay en el de nuestros días. Una es la pérdida del fundamento y virtud de la Política y la degradación de la calidad y valoración de la Democracia, lo que entraña el peligro de inestabilidad y deslizamiento de los sistemas democráticos de derecho y solidaridad que conocemos hacia sistemas iliberales: democracia parcial, de muy baja calidad, vacía, progresivamente populistas y autoritarios… Otro es el peligro de que el pensamiento poco racional o irracionalista y receloso de la ciencia, con el apoyo de grandes líderes y estrellas mediáticas, vaya consolidando sus bases desde donde realizar acometidas y desafíos a la cultura asentada en la comprensión y explicaciones Racionales y el Conocimiento científico del mundo. Y tercero es el avance sin freno o sin control de la quiebra de la Cohesión social y de la Solidaridad en las sociedades, fruto tanto de una degradación no atendida de las condiciones materiales de vida cada vez de más población, como de la incapacidad de comunicación entre los Lenguajes Éticos y morales con los que las distintas generaciones leen las crisis del mundo que nos ha tocado vivir.
Volviendo, para finalizar, al interrogante del comienzo: ¿hasta que punto está reflejándose la historia que la obra nos cuenta en la realidad de hoy? Tal vez algunas de las comparaciones entre la obra de Karel Čapek y esta pandemia sean exageradas, a pesar de unos cuantos hechos impactantes similares. Tal vez las políticas comerciales editoriales deben destacar esos paralelismos. Pero, a mi juicio, sí es cierto que La peste blancaes, por lo dicho, una obra de teatro inspiradora. Y si la literatura logra eso, tan solo eso, inspirarnos, hacer comprender, encontrar algunos lugares comunes transtemporales en los que percibir que nos entendemos, tal vez aunque solo sea por eso, la literatura sirve para mucho y La peste blancatiene un lugar y una función en el año del coronavirus.
Granada, 21.10.2020
José Federico Barcelona Martínez.
[1]“En 1937, Karel Capek escribía “Doença Branca”, donde una pandemia, muy semejante a la que vivimos hoy en día, asolaba el mundo”, en www.e.cultura.pt – Portugal.
“Quiero centrarme ahora en una obra de 1937 poco conocida (al menos en Estados Unidos) que tiene resonancias políticas y culturales sorprendentes en nuestra era del COVID-19. The White Plaguedel escritor y dramaturgo checo Karel Čapek…”, por Bill Marx, en Arts Fuse – EE.UU.
“Čapek, gran profeta inesperado (…) Alcanza con repasar algunos pasajes de esa obra y agregarle solamente la palabra Covid-19…”, por Juan Carlos Bertazza, en La Nación – Argentina;
“En forma profética el dramaturgo checo Karel Capek, en 1937 en su obra La Enfermedad Blanca describía no solo lo trágico de la enfermedad sino la significación de la misma…”, por Julio César Pineda, en El Universal– Venezuela.
Y dentro de nuestras fronteras:
“El escritor checo Karel Čapek … es uno de los autores que, con metáforas y alusiones en toda su obra, se puede relacionar con lo que la sociedad mundial está viviendo con la pandemia del coronavirus”, por Jesús Cabaleiro, en Periodistas en español.com;
“La peste blanca resulta de una actualidad pasmosa y, desde luego, no menos escalofriante (…) Un clásico del siglo pasado que reivindica su categoría, precisamente, en su capacidad para mantener su vigencia intacta tanto tiempo después”, por Pablo Bujalance en Málaga Hoyy Diario de Sevilla;
“Čapek, maestro de las situaciones distópicas, vislumbraba en 1937 un futuro que, desde entonces, no ha parado de repetirse. La peste blanca, su último legado, quizá sea la vacuna de cordura que el mundo necesita para evitar caer en los mismos errores una y otra vez” y “Las similitudes de la situación mundial (y nacional, claro) de lo que está pasando con La peste blanca, de Karel Čapek, son tantas que vamos de escalofrío en escalofrío”, en la reseña y cuenta de twitter, respectivamente, de la propia editorial.
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