En Marbella, la volatilidad de la población afecta en el conocimiento del pasado. La mayoría de los niños y de las niñas desconocen lugares emblemáticos de la ciudad y personas destacadas en el pasado remoto y reciente de su historia.
Hace escasamente tres meses, la Asociación Marbella Activa hizo públicos los resultados de una encuesta realizada a 435 alumnos de 18 centros de Primaria y Secundaria de Marbella y San Pedro. Eran desalentadores. La mayoría de los niños y de las niñas desconocían lugares emblemáticos de la ciudad y personas destacadas en el pasado remoto y reciente de su historia. Si esta misma encuesta se hiciera en Sitges, Frías, Arrankudiaga, Lozoya de Buitrago o Estepa, el resultado que arrojaría intuyo sería similar, por tanto no creo que sea un problema solo de Marbella, sino un desafecto global.
Los factores de esta falta de conocimiento del entorno más cercano siempre son múltiples, no se puede achacar solo al sistema educativo o solo a las instituciones o solo al entorno familiar, la educación es un sistema polihédrico a través del cual se forma a los niños y niñas con múltiples visiones de su alrededor. Ellos y ellas construyen el puzzle en base a lo que leen, ven, oyen, escuchan, aprenden, y con ese armazón edifican su conocimiento. La irrupción de las redes sociales, de la televisión, de los móviles y de las tabletas ha ayudado a ampliar los horizontes del conocimiento, es innegable, a llegar a Nueva York o Tasmania o la Antártida en un instante, el problema es la contextualización de todas las informaciones que nos llegan a través de estos sistemas de comunicación. La contextualización. Y esa base, ese protoconocimiento, esa sabiduría previa que nos ayuda a comprender el mundo, sí reside en el entorn más cercano. Solo conociendo lo que tenemos más cerca, geográfica o emocionalmente, podremos comprender lo que nos rodea más allá.
En ciudades como Marbella, en las que en los últimos 60 años se ha construido capa sobre capa, y no solo físicamente, parece que ese conocimiento básico, primordial, por cercano y radical en la vida de los más pequeños, ha quedado sepultado. La historia de la ciudad ha salido de los currículos educativos, la administración local ha sido incapaz de poner en valor sus yacimientos, los marbelleros y marbelleras parecen haber olvidado sus orígenes, y la voracidad de la estacionalidad y del consumo rápido ha engullido el pasado. Una pena.
Destacan los inviolables, los que han resistido, los que han intentado e intentan poner cordura, Cilniana, la propia Marbella Activa. Pero son, desafortunadamente, los menos.
Es cierto que Marbella, como otras ciudades de similar historia reciente, tiene una población muy volátil, población que enriquece con su paso, pero que viene y va, que no enraiza su apego con el terruño como los nacidos y nacidas aquí o como las personas que han, hemos, decidido quedarse después de sobrevolar estos pagos. Esta volatilidad de la población también afecta en el conocimiento del pasado.
Será porque siempre me ha gustado conocer el terreno que piso, donde alojo mis emociones, mis sentimientos, pero disfruto escuchando esas voces que me hablan de Villas Romanas, a las que imagino, de cargaderos de mineral, cuyas vagonetas pinto sobre El Cable, de sistemas dunares kilométricos, a los que sueño, de torres vigía, trufadas de miedos invasores.
Tengo una hija de casi seis años, marbellera y barakaldesa a partes iguales. Cuando recorremos esta ciudad intento explicarle, contarle, historiarle, batallarle, los sucedidos de Marbella y cuando nuestra vida nos lleva al norte, umbrío, le narro historias de lamias, arrantzales, ballenas y cielos teñidos de rojo, le explico quiénes son Olentzero y Basajaun y cómo era Bilbao antes de la llegada de esa casa de metal tan rara que responde al nombre de Guggenheim.
Creo que es mi tarea, mi placer, creo que debería ser tarea de todos y de todas. La contextualización, el conocimiento de lo cercano nos llevará a conocernos mejor a nosotros mismos, a saber que todos somos mezcla, que todos somos maravillosa impureza, que todos, al final, somos producto de nuestras querencias y de nuestro alrededor.
Artículo de Israel Olivera publicado en ievenn.com
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